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La Habana vista por un español
La Habana vista por un español
No quiero ser pretencioso. No pretendo saber más que nadie cuando posiblemente sé menos que la inmensa mayoría de la gente que conoce bien Cuba. Pero dejadme al menos que os de mi opinión personal, que pueda relatar una experiencia, la mía. Soy español, joven y periodista. El año pasado viajé a Cuba por razones de trabajo. Era una oportunidad única pero breve. Cinco días en la Isla que tanto deseaba conocer.
Aunque no era un viaje libre en el que no dispondría de mi tiempo con libertad, al menos podría tener una impresión un tanto aproximada de un país que por múltiples motivos resulta tan próximo a un español. Mi primera idea era la de no ir como un turista al uso. Tenía otro propósito : aprender y ver, acudir con la mirada de un periodista , dispuesto a empaparme del vivir cubano, hablar con unos y otros, filtrar todos los comentarios y construir una idea que me aproxime a la realidad cubana. Con este propósito volé a La Habana un caluroso día de finales de Junio.
Mi primer contacto con la Isla fue un tanto desagradable. Funcionarios de aduanas me retuvieron en el aeropuerto durante una hora hasta comprobar que todo el material que llevaba era legal. Les había advertido que era periodista y que viajaba como tal, pues así lo reflejaba el visado concedido por la Embajada en Madrid.
Una testaruda policía embutida en un asfixiante uniforme color verde me asaltaba a preguntas con tono inquisidor y mirada desafiante. Intenté de nuevo demostrarle que uno de los paquetes que llevaba embalado era material que me habían entregado para la delegación de Televisión Española en La Habana. Aquello no sólo no la convenció sino que irritó aun más su celo marcial. Arrogándose una autoridad que ninguno de los otros agentes discutía, llamó a gritos a uno de ellos y le pidió que trajera unas tijeras.
La escena era ridícula sino fuera porque al mismo tiempo empecé a inquietarme pensando en que podía pasarme parte de los cinco días de despacho en despacho dando explicaciones hasta aclarar la confusión . Es verdad que yo desconocía que incluía la dichosa caja. Era un mero mensajero, al que habían pedido un favor aprovechando el viaje.
Un agente desgarbado, tijera en mano se puso a abrir el paquete con sumo cuidado. rajando con precisión el cartón hasta que por fin pudo abrir una solapa, luego la otra y finalmente ver el interior. Entonces vino lo peor. Evité dar una carcajada para no provocar aun más a aquella oficial salida del cliché del funcionario servil y dominante que también refleja Gutiérrez Alea en sus películas, pero no pude evitar una sonrisa, un gesto de ironía que era mi único desahogo en semejante atolladero.
La oficial se levantó , vino hasta mí y me preguntó en tono desafiante qué era aquello. Mientras esperaba que algo rompiera aquella tensa situación, el agente que había abierto la caja sacó de su interior una bolsa y la abrió. Eran productos de publicidad de Televisión Española: pegatinas, pins, alguna camiseta y poco más. Ella lo registró todo, lo removió, lo sacó, y luego volviendo a cerrar la caja me increpó en tono desafiante pero con ese acento cubano tan poco apropiado para la arrogancia . Podía irme pero advirtiéndome que la próxima vez no volviera a Cuba sin saber que traía .
Superado aquello no le di más importancia que la de una mera anécdota, incluso pensé que era lógico que desconfiaran de un paquete del que su propietario , que además es periodista, no sabía lo que era. Pasó y no pasó nada. Había sido un pequeño contratiempo que no me iba a impedir aprovechar al máximo mi estancia en La Habana.
Al salir al vestíbulo me acosaron infinidad de taxistas, legales e ilegales, dispuestos a conducirme a la ciudad . Iba abriéndome paso entre la multitud hasta salir a la calle. Allí respiré por primera vez el sofocante aire de Cuba, el clima tropical me abofeteó por entero hasta sacudir mi termómetro vital. Entonces me di cuenta de que realmente estaba allí. Finalmente acepté la oferta de un taxista después de pactar la tarifa . No me lo podía creer. Allí estaba yo dirigiéndome hacia una de las ciudades más hermosas del mundo, con cinco días por delante dispuesto a agotar con intensidad cada uno de sus minutos.
El recorrido desde el aeropuerto no es demasiado largo pero si lento. La carretera está repleta de todo tipo de vehículos en los que la gente se hacina para dirigirse a la Habana: centenares de personas en bicicleta, otros andando, algunos coches modernos, muchos clásicos Cadillacs de los '50, e infinidad de camiones destartalados y autobuses remendados que apenas pueden rodar, convertidos en la columna vertebral del transporte público. Más que una carretera era un escaparate desde el que tener una visión rápida y superficial de la sociedad cubana, una muestra a velocidad rápida de su complejidad, sus carencias y sus desigualdades.
El taxista no era muy hablador. Supongo que estaría harto de llevar turistas de un lado y otro , de ver la doble realidad desde la perspectiva de su asiento: la suya y la del extranjero, tan distintas y tan próximas, tan vinculadas por el nexo del dólar, que el uno tiene y el otro desea. Le pregunté por un par de edificios de la ciudad, motivado más por entablar conversación que por curiosidad. Él fue conciso en su respuesta pero amable.
Pasados unos segundos me preguntó con cierta dejadez si era español. Le respondí que sí y aproveché la ocasión para preguntarle si habitualmente llevaba a españoles. Más comunicativo, me respondió que sí, que llegaban muchos españoles , tantos como italianos y canadienses, pero que normalmente con los primeros se entendía mejor, no sólo por compartir el idioma, sino porque había mayor afinidad cultural. Fue una explicación que entonces no supe valorar como un reflexión sincera o como un piropo interesado en busca de una propina más generosa.
Fuimos hablando durante unos minutos mientras observaba lo mejor y lo peor de la capital cubana. Me aplasté literalmente sobre la ventanilla para descubrir el corazón de la ciudad sobre la que tanto había leído y tantas veces había visto : el Vedado y su Plaza de la Revolución, la espectacular Habana Vieja y el Malecón, al final del cual se encontraba mi hotel.
Cuando llegué fue como interrumpir una visión, estaba tan abstraído que tardé unos segundos en darme cuenta. Nos despedimos y le di una propina , que él agradeció con una sonrisa sincera. Luego pude comprobar cuántos problemas pueden solucionar en Cuba cinco dólares. Ya era tarde, estaba anocheciendo, una lluvia breve pero intensa castigaba el ambiente humedeciendo aún más el sofocante aire de La Habana.
Tras darme una ducha y conocer a algunas de las personas con las que iba a compartir mi estancia en la Isla salí a la calle sin rumbo fijo, dejándome orientar por el mar. Mi primera visita fue tan típica como la de la mayoría, bajé al Malecón y desde allí pude apreciar la majestuosidad de la bahía, con la ciudad a un lado y el Castillo del Morro enfrente.
Esperé durante unos minutos , fumándome un cigarro y viendo el ir y venir de la gente, respirando la ciudad. Caminé por el Malecón hasta la parte vieja. Mi primera visita fue a la Plaza de la Catedral. Me pareció fascinante, hermosa, encantadora, disfruté dando cada uno de mis pasos sobre el empedrado, me imaginé cuanta carga de historia y belleza soportaban aquellos muros, me resultó próxima, como ya conocida pero al tiempo tenía la sensación de haber descubierto un tesoro que como un niño entusiasmado me disponía a abrir. Repasé andando cada uno de sus costados, anduve debajo de sus soportales y me subí a la escalinata de la Catedral para apreciar mejor desde allí la perspectiva de aquel regalo arquitectónico.
Cuando ya había apaciguado mi emoción decidí celebrarlo tomando un mojito en una terraza próxima. Y allí conocí al segundo cubano en apenas dos horas. A mi lado había dos turistas alemanes sentados con dos chicas cubanas, una mulata espectacular y otra adolescente rubia sumamente delgada, que no hablaban ni inglés ni alemán.
Era un cuadro que entonces me resultó extraño pero al que me acostumbré en seguida. Eran dos jineteras , dos prostitutas con dos turistas, una estampa típica de Cuba producto de la pobreza de la isla y del afán depredador de mucho europeos y americanos.
Luis era una cubano alto pero desproporcionado, bastante grueso y corpulento , moreno, con ademán tosco y un bigote poblado y negro. Deleitaba a los turistas con trucos de magia bastante torpes pero ejecutados con cierto descaro y bastante gracia, suficiente para ganarse unas simpatías que eran correspondidas con dólares.
Cuando su insistencia era demasiada el rostro del turista empezaba a mudar de sonrisa a cansancio y con tono molesto dejaba de mirarle para dirigirse a la muchacha que tenía al lado. Ella se sentía más cómplice de su compatriota que de su cliente ocasional, quizás porque compartía con él la mercancía: el turismo y sus dólares.
"No te enfades, es un chico muy simpático. Yo le conozco y sabe bailar muy bien . Mira , te lo voy a demostrar," le comentó la belleza cubana al turista alemán , que posiblemente asintió sin entender, pero que enseguida comprendió. No tenía nada más que ver moverse a su compañera con el cubano bailando a ritmo de son.
Creo que tenía la sensación de ser un extraño en el país más extraño del mundo. Al poco se levantó y dirigiéndose a la chica le hizo un gesto para que le siguiera. Ella le miró y sin apenas dudar se marchó con él. La pareja , sin hablar, se perdió entre las esquinas de la plaza, dejando tras de sí el eco del taconeo de ella sobre el empedrado.
Fue irse ellos y el cubano la emprendió conmigo. Me empezó a hablar en inglés. Antes de que hilvanara tres palabras le respondí en español. Cambió su impronta y esbozó una sonrisa para llenarme de elogios, recordándome que Madrid era la capital, que había visto muchas fotos y que conocía muchos descendientes de españoles en la isla. Aquí, me dijo, sois como nuestros primos hermanos. Nada más decir eso se sentó conmigo. Yo estaba deseando conocer a la gente de allá pero quizás no de ese tipo.
Tenía la sensación de ser un conejillo de indias con el que este cubano espabilado estaba experimentando su técnica de aproximación y derribo. El primer paso fue pedirme que le invitara a una copa. Pidió un ron y empezó a contarme todas las cosas que como turista debía ver, utilizando por supuesto sus servicios como guía.
Yo asentía sin prestarle demasiada atención. No me gustaba porque había algo en él que no me ofrecía confianza . Entiendo perfectamente que la gente que lo necesita intente ganarse la vida como pueda, sobre todo si tiene enfrente a miles de turistas que muestran sus dólares con descaro, cuando allí es el objeto más preciado de deseo. Pero, hay modos y modos.
Y el suyo no me gustaba. En un momento de su monólogo se acercó a mí y hablando en voz baja, me ofreció droga. Me molestó la insinuación pero le dejé seguir. Su siguiente oferta fue darme la dirección de un sitio a cambio de 10 dólares donde él pondría a mi disposición las mujeres más hermosas de la Isla para que hiciera con ellas lo que quisiera a buen precio, fueron sus palabras literales. Le miré y sin la intención de provocar ningún espectáculo le contesté que se había equivocado de persona. Me levanté y me fui, aunque horas después volvería a encontrarme con él en otro lugar.
No fue la reacción de un moralista escandalizado, no lo soy, pero aquello me parecía una manera de descender a los infiernos de la miseria humana. La que ejerce quien se aprovecha de la miseria de los demás para practicar no ya el sexo, sino para quitarse la careta de personas respetables en sus países y convertirse en el tercer mundo en depredadores en busca de carne cada vez más fresca y cada vez más joven. Fue mi primer contacto con el mundo de la prostitución en Cuba pero no el último.
Después de aquello volví caminar por la ciudad vieja sin rumbo fijo, a pocos metros de allí estaba un local famoso fuera y dentro de la Isla, La Bodeguita del Medio. Me habían hablado de él; entré por curiosidad, me quedé en la barra y pedí otro mojito. Sus paredes estaban consagradas a la pintadas de curiosos, famosos y todo personal que hubiera tenido a bien plasmar su visita con su firma acompañada de una frase. Era de esos sitios que debes visitar en la isla para cumplir el ritual del buen turista pero que distan hoy de guardar la esencia de lo que un día fueron. Son lugares para el extranjero, pues el cubano apenas los pisa.
En una esquina una pequeña orquesta cantaba boleros, No había demasiada gente y el ambiente era acogedor. A ritmo de boleros y saboreando el mojito, peor que en otros sitios aunque tenga más fama. Leí algunos de los pasquines y pintadas, la de Salvador Allende, la de tal actor , la de tal cantante , así hasta un sin fin de nombres que se perdían en mi memoria mientras apuraba el vaso.
Salí de allí dispuesto a agotar la noche de local en local de renombre. Siguiendo los pasos de Hemingway , me dirigí al Floridita, éste aún bastante más elitista que el anterior, dedicado al turismo refinado que paga el glamour del sitio a precio de oro. La decoración era , creo, la original de cuando en los años 50 era refugio asiduo de un Heminway enamorado de La Habana y de la pesca del pez espada,. Incluso tenía un sitio reservado en una esquina donde leía, escribía y dominaba todo el local, con la espalda contra la pared y no contra la puerta , aplicando una de esas manías suyas que no le evitaron , o quizás, le llevaron al suicidio años después.
El Floridita era hermoso , decadente, un oasis de atención y lujo en el desierto habanero apropiado para el extranjero que incluso en Cuba quiera disfrutar de clase y trato VIP. Es uno de esos contrastes tan asiduos en la Isla. La igualdad que tanto se publicita como logro del régimen se desploma ante uno cuando atraviesa la puerta del Floridita y de tantos otros locales, a los que sólo acuden turistas porque los cubanos no pueden entrar: o no pueden pagarlo o la mayoría de las veces , no les dejan entrar. Allí también la música de cuarteto a ritmo de danzón amenizaba el ambiente y el aroma del ron. Sentado en una mesa me extrañó ver muchos turistas canadienses e incluso algunos americanos.
Luego me enteré que la mayoría de los turistas de Estados Unidos son propietarios de yates que atracan en un puerto deportivo de lujo a las afueras de La Habana , de donde se marchan cargados de ron y habanos. El bloqueo , perdón por la frase demagógica, queda para el pueblo cubano y para el turista americano de a pie. Después decidí estirar otro poco las piernas y siguiendo la ruta Hemingway llegué hasta el Hotel Inglaterra , otro de esos sitios emblemáticos de La Habana de siempre, donde el autor del Viejo y el Mar estuvo durante largas estancias en La Habana . Aún queda allí su habitación , conservada como museo, con su máquina de escribir y sin reformar desde entonces.
Seguí paseando por la ciudad deleitando la vista en tantos y tantos rincones para el recuerdo, la ciudad de las columnas la llamó Alejo Carpentier en uno de sus libros. Pero La Habana es una por el día, otra por la noche y múltiples mundos conviviendo a la vez en el mismo espacio y tiempo. Mundos encontrados, la mayoría en plena decadencia y por encima de todos , se palpa el afán por sobrevivir entre tanta dificultad, y a pesar de todo ello un pueblo que es admirable por su dignidad, su vitalidad y por su tremenda hospitalidad dentro de sus limitaciones.
Era tarde , no había mucho de ese ambiente popular en la calle del que tanto me habían hablado . La presencia policial en La Habana vieja era más que visible.., Los policías formaban parte del paisaje, uno por manzana o incluso uno por calle,. Hacía un año que el gobierno había decidido "limpiar" las calles de prostitución. En sucesivas redadas el Malecón y las calles céntricas habían quedado vacías de jineteras y con ellas se había ido buena parte del ambiente nocturno de la Habana, muchas habían ido a la cárcel, otras a centros de "reeducación" pero la mayoría habían vuelto a ejercer en locales a puerta cerrada.
La Habana estaba repleta de garitos nocturnos, cafés o discotecas que sin ser prostíbulos estaban repletos de chicas que se convertían en su principal reclamo. Durante los pocos días que estuve allí conocí a varias de ellas. Uno se hacía llamar pomposamente el Cabaret Nacional. El local no hacía honor a su nombre. En España hubiera pasado como un pequeño antro de mal gusto.
Allí era lugar de cita para cubanas y extranjeros, Su pequeño escenario ofrecía a las once de la noche un espectáculo que mezclaba el cabaret con los bailes típicos cubanos y alguna danza relacionada con la santería. Era un micromundo donde lo realmente interesante era el público. Veías chicas jóvenes, algunas de ellas no tendrían más de 16 años , pintadas y vestidas como mujeres de 40 . Máscaras de sí mismas , de una belleza espectacular, en búsqueda de un dinero que les ofrezca un presente más esperanzador a cambio de ceder a los caprichos de europeos sin escrúpulos.
Realmente la belleza de la mujer cubana supera cualquier cliché, son en su mayoría hermosas y sensuales, acostumbradas a afrontar sin tabúes la sexualidad y al tiempo suelen ser románticas y apasionadas. Pero allí dentro actúan, se convierten en figurantes. Conocí a una chica de la que creo que si hubiera estado más de dos días me hubiera enamorado. Decía tener 23 años, se llamaba Glaidys, y tenía tras de si todo un drama personal de supervivencia. A sus años posiblemente había vivido más y más intensamente de lo que la inmensa mayoría de nosotros podrá vivir jamás.
Era de una belleza radiante, blanca en un ambiente en que la inmensa mayoría de las chicas suelen ser mulatas o negras. Tenía incluso una hermosa melena rubia que descansaba sobre un cuerpo sensual y perfecto , y que contrastaba con unos ojos morenos llenos de expresividad. Era una mujer en su esplendor que hablaba con simpatía y descaro pero midiendo sus palabras al principio, en un ejercicio de seducción en el que era irresistible.
Lo sabía y manejaba sus recursos con perfección . No era una profesional, casi ninguna de ellas lo es pero su encanto natural ayuda a una necesidad que hace el resto. Estuvimos hablando durante un rato mientras la invitaba a tabaco y a una copa. Hablaba sin cesar y a mí me gustaba escucharla.
Admiraba su forma de expresarse , la fuerza de su conversación y el tono que poco a poco abandona la frivolidad del primer momento para transformarse en una sinceridad desnuda de cualquier formalismo. Cuando le dije que no quería acostarme con ella , se quedó un tanto sorprendida, incluso algo indignada. Primero me dijo que no era jinetera, que era la primera vez que iba allí, después me reconoció que sólo se acostaría con alguien si el pagaba como mínimo unos 80 dólares , y únicamente lo haría por su hija con la que vivía junto a su madre.
Le pregunté por el padre. Se refirió a él con una sarta de insultos que no sé si llegarían hasta su exilio en Miami. Le había hecho una hija , la había abandonado y ahora el sueño de ella, como el de mucha otra gente. era poder salir de Cuba . Me habló de una tía en Italia con la que si ahorraba suficiente dinero le gustaría ir a vivir. Yo le advertí que la vida en Europa no es tan fácil como el espejismo que pueden hacer creer las remesas de turistas que llegan a la isla. Me respondió que lo sabía y que no le importaba.
Trabajaría en lo que fuera, las horas que hiciera falta pero quería otro futuro. Tenía 23 años y hablaba con el desencanto propio de alguien que está de vuelta de todo pero al tiempo con esperanza, con una vitalidad a prueba de dificultades, consciente de que su presente se enquistaba en la miseria.
Era secretaria, trabajaba ocho horas al día por un salario que no superaba las 2000 pesetas al mes. Si me hubiera ido con ella habría ganado esa noche tres o cuatro veces más de lo que ganaría en un mes, y en dólares, con los que poder comprar en las únicas tiendas que están abastecidas, la de los turistas, las que no se pueden pagar en pesos, y que por lo tanto son inaccesibles para la mayoría del pueblo cubano, resignado a una libreta de racionamiento que apenas les permite subsistir.
Le dije que saliéramos a la calle a dar un paseo, era muy tarde, me dijo que no podía, si la policía nos veía juntos ella podía tener problemas. Fuimos al bar del Hotel Inglaterra. Allí si podía entrar.
Estuvimos hablando hasta las cinco de la madrugada. Me explicó que también tenían prohibida la entrada en los hoteles . La pregunté entonces como hacían las chicas que conseguían un cliente. Me dijo que se alquilan casas particulares. El turista paga 10 dólares a una familia que les presta su habitación durante media hora. La historia de Glaydis era similar a la de otras chicas que conocí. Universitarias , madres solteras o incluso casadas, empleadas o sencillamente chicas de las clases más humildes, la inmensa mayoría, reconvertidas en jineteras de saldo.
Entre tanta mezquindad destaca con brillo propio la calidad humana de la mayoría de estas mujeres, admirables en muchos sentidos porque la necesidad ha obligado pero no ha humillado. Hay jineteras que trabajan con picardía y provocación, mostrando de un modo un tanto zafio e ingenuo su cuerpo, pero las hay , la mayoría que sencillamente están, se dejan llevar, se insinúan y sólo a una respuesta cómplice de él acceden a entablar conversación. Ingenuidad, ternura, sensualidad y provocación son el ambiente que envuelve el mundo de las jineteras. Un ambiente en el que también proliferan los cubanos, que al calor del dólar ejercen de chulo para ellas y de guía sexual. para el turista.
Pero La Habana es más , mucho más, tiene entidad y espíritu propio. Es sobre todo una ciudad repleta de vida. Sus calles son arterias vitales que rebosan historia en sus edificios, bullicio en sus calles, y pasión y vitalidad en su gente. . Andar por la Habana es pasear por la cuneta de la vida con todas sus grandezas y miserias, humanas y materiales .Basta para descubrirlo con discurrir por la ciudad, hablar con la gente, recorrer sus monumentos, entrar en sus locales, conocer su historia e interesarse por el ambicioso proyecto para reconstruir la ciudad vieja. Todo un reto en el país en el que mayor reto es sobrevivir.
En otro de mis paseos por la ciudad vieja conocí a un hombre mayor, de unos 60 años. Estaba recostado sobre el quicio de un destartalado portal que daba acceso a uno de los muchos edificios históricos que componen en entramado arquitectónico de la La Habana.
Entre sus dedos despuntaba un puro de buen aroma, consumido casi en su totalidad que él apuraba con refinadas aspiraciones en las que expulsaba el humo con un una cadencia y un ritmo lentos, como si el tiempo no existiera y su único compromiso con él fuera verlo pasar si tan siquiera dejarse llevar.
Allí estaba, consumiendo las últimas caladas, mientras miraba el trajín de la calle, impasible ante el ir y venir de gente, tranquilo e incluso sonriente. Mi encuentro con él fue forzado. Me acerqué y le expliqué que era español, periodista y que estaba escribiendo un reportaje sobre la ciudad. Tras su recelo inicial me abrió las puertas de la casa con toda la hospitalidad que tan bien define al cubano. El edificio era un antiguo hotel propiedad de una sevillana que tras la revolución fue reconvertido en viviendas populares.
Como muchos otros edificios éste era reflejo del abandono y la pobreza: la escalera era un sucesión de peldaños agrietados en el que la mayor dificultad no era subirlos sino esquivar los continuos agujeros abiertos en una madera carcomida y crujiente. Las paredes estaban en su día recubiertas de azulejos andaluces, de un colorido que combinaba perfectamente con la luz tenue que entraba por una de las ventanas.
Aún quedaba algún resto pero la mayoría de la pared mostraba una desnudez cruda después que la mayoría de los inquilinos arrancaran los azulejos para vestir las "vergüenzas" de sus propias viviendas. Su hogar, como los del resto de sus vecinos, era una de las antiguas habitaciones del hotel.
En apenas 20 metros cuadrados convivían él , su mujer y una de sus hijas pequeñas. La primera impresión que recibí al entrar fue la extrema humildad del hogar. Un salón con dos sofás roídos, de flecos recortados y descolorido por el paso del tiempo , en una esquina había una pila de fregar ubicada en lo que había sido un balcón que daba al patio de luces interior, hoy cerrado para protegerse de la pertinaz lluvia.
La cocina era un modesto fogón a gas con > dos fuegos, y no había nada más . A media altura de la pared, José Félix, había levantado un doble techo de madera que permitía duplicar el espacio de la habitación. Esta "barbacoa", llamada así por los habaneros la utilizaba como dormitorio. Un jergón sobre dos tablas era la cama de matrimonio y una pequeña cama servía para la niña. Era un modesto mobiliario pero cuidado con una dignidad y una limpieza que incluso permitía sentirse cómodo dentro de la escasez.
José Félix acababa de cumplir los 19 años cuando entró en la Habana con las tropas de Fidel. Cuando era un adolescente se había sumado a la guerrilla de Castro en Sierra Maestra y había vuelto a la ciudadconvertido en un revolucionario victorioso . Pronto ocupó altas responsabilidades en el nuevo ejército cubano, incluso obtuvo rango de coronel destinado en el servicio de contraespionaje.
Pero pronto empezaron sus primeros enfrentamientos con sus superiores, la falta de confianza y su desvinculación cada vez mayor del régimen. Ya estaba sometido a una dura vigilancia política cuando en los años 70 se casó con una guajira católica que como muchas otras llegó a La Habana desde las provincias orientales.
Su matrimonio con una católica fue el resorte definitivo que activó su expulsión del ejército. Desposeído de cualquier bien, pensión o rango se convirtió en un paria en su propio país, marcado por el estigma dela disidencia . Un punto y aparte que supuso la ruptura con el pasado y desde el que José Félix tuvo que partir de cero construyendo su nueva vida. Su mujer era una las trabajadores más admiradas en la elaboración de puros, incluso había visitado España en una ocasión para demostrar la técnica minuciosa y precisa del puro, pero también fue expulsada de la fábrica.
Una de las fotos que hay en su casa es la de los Reyes de España junto a ella cuando visitaron la exposición. Muestran con orgullo el retrato remontándose a sus propias raíces. Él es hijo de leoneses que emigraron a Cuba en los años 20. Ahora ambos sobreviven traficando con tabaco en el mercado negro. Su historia es similar a muchas otras, como la de una chica que conocí en el mercado de artesanía de la Habana Vieja , una pintora naif a la que compré un cuadro, hija de padres palentinos que hablaba con nostalgia del país de sus padres que nunca conoció., El reencuentro con españoles es para muchos de ellos en las circunstancias actuales una referencia a la que aferrarse en búsqueda de una solución a una situación desesperada.
He viajado por bastantes países y nunca he conocido ninguno que me haya dejado una huella tan profunda, que me haya marcado mi conciencia a golpe de historias personales. Sólo quien viaje a la isla condenado a la ceguera por perjuicios ideológicos puede ser inmune a la infinita dificultad que atraviesa la sociedad cubana para sobrevivir y que transciende a la pobreza para convertirse en un problema mucho más complejo de repercusiones aún mayores.
Yo aprecié una sociedad dividida, desmoralizada, en la que el dólar marca la diferencia y quienes los tienen son el modelo a seguir.
No son los valores que tanto propugna el régimen de Castro los que motivan y ennoblecen a su país, sino que el auténtico motor del pueblo cubano es la lucha por la subsistencia , asfixiado por la falta de libertad, la pobreza y una corrupta élite dirigente que encorseta y controla cualquier iniciativa.
Es un pueblo atado de pies y manos por un sistema perverso . Esa es mi conclusión, especialmente dolorosa deseando como deseo lo mejor cuanto antes para un país que evidentemente tiene los suficientes recursos y sobrada capacidad humana para dar mucho de sí en todos los terrenos.
Pido disculpas si al alguien le han ofendido mis comentarios. Nada más lejos de mi intención que se limita a describir mi experiencia personal . Sólo creo que Cuba se merece más, se merece lo mejor.
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Re: La Habana vista por un español
anche se forse un po' datato..
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Re: La Habana vista por un español
mosquito ha scritto:
anche se forse un po' datato..
Pà mi es siempre actual
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