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La paja de Manolo
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La paja de Manolo
A mi amigo, Manolo, le indicaron un espermiograma. Llevaba cinco años casado y no preñaba a la mujer. Vino a verme y me preguntó cómo se hacía aquella prueba. Por lo que sabía, no era difícil. Te masturbabas y luego analizaban el esperma en un laboratorio. Con ello sabían la cantidad de espermatozoides por milímetro cúbico, su movilidad, morfología, etc.
— Ah, entonces no es difícil. Te pajeas y ya, ¿ no?— me preguntó el día que vino a consultarme.
— No, en realidad es bastante fácil. El problema está en que tienes que hacerte buen cráneo. No es fácil pajearse a palo seco.
— Eh, ¿ y no aparece ninguna enfermera para ayudarte?
Estábamos en mi consultorio, sentados cada uno en una silla, con el buró por medio.
— Compadre,¿ tú crees que vas a ir al policlínico o a una posada?
— Coño, entonces va a ser difícil. Yo me demoro cantidad con la jeva mía. ¡Imagínate con la mano!
— Pues mira, no sé cómo vas a hacer …Llévate escondida en el pantalón una revista pornográfica. Alquílala. Hay gente que por diez pesos te presta una por un día.
— No conozco a nadie, ¿ tú conoces a alguien que las alquile?
— ¿Yo? No. Se me ocurre también que puedes llevarte en una jaba un melón o un mango de los grandes y luego cuando estés solo en el cuarto donde te ubiquen, le metes mano … No sé. Es una idea.
— Deja ver qué hago. Algo tengo que inventar. Es pasado mañana.
Recogí mis cosas mientras me observaba.
— ¿Te has hecho alguna vez alguna?
— ¿Qué cosa?
— Una paja, chico.
— Ah, sí, pero hace mucho tiempo. Tengo tu mismo problema. Necesito una relación carnal sino no funciono— respondí. Até bien fuerte la maleta a la parrilla de mi bicicleta.
Pensé: “¡Un espermiograma! Tremenda tarea tiene por delante. Se suda más en eso que en un campo de caña.” Y me reí para mis adentros.
Nos despedimos. Quedamos en vernos en una semana, en mi casa. Cuando me dio la mano para despedirnos la tenía muy sudada a pesar de que no hacía tanto calor. Estaba nervioso.
A los quince días vino por mi consulta. No llegó a ir por mi casa. Seguro porque le daba pena hablar delante de mi mujer. Bajó la rampita con su bicicleta. La recostó a un rincón y esperó a que mi enfermera se esfumara.
— ¿Qué? ¿Cómo fue?
— Uff, no me digas nada, ecobio. ¿Puedo sentarme?
— Claro, compadre. Siéntese. Ya terminé. La última que queda por atenderse es la presidenta del CDR, pero esa solo quiere recetas de aspirina.
Miró hacia la puerta, entreabierta. Desconfiado. Se levantó y la cerró. Cuando estuvimos a solas, se explayó:
— Ese día, tal y como me dijiste, fui preparado con todos los hierros. Llevé cinco mangos grandes, tres aguacates, un melón, y dos cocos.
— ¡Ñó! Llevaste el agro completo.
— No te rías, chico.
— Dale, vomita, ¿ qué volá?
— Fui el primero de la cola. Llegué al policlínico a las ocho menos cuarto de la mañana y me pasaron a un cuarto sucio donde sólo había un pupitre para sentarse. Ni revistas, ni televisión, ni nada. Llevaba varios días de abstinencia, vaya, sin hacer eso, como una semana. Me senté en el pupitre y me bajé los pantalones hasta las rodillas, ¡tremendo calor que hacía! ¡Ni un ventilador! ¡Nada! El “bicho” encogido como una babosa en su caracol. Lo cogí y empecé a manoseármelo, pero no se ponía ni sarasa. Agarré un mango de la jaba y cuando estaba abriéndole un agujero con una navaja, tocaron a la puerta. Una enfermera. Pensé que quería aprovechar y meterse a vacilar. No. Era para darme un pomo de compota para que echase el contenido “sepingal”
— Seminal.
— ¿Cómo dijiste?
— Que no es sepingal, es seminal, de semen. Sigue, ¿ qué más pasó?
— Sigo. Pues la jeva, una mulata flaca como un grillo, me dio el pomo de compota y volví sentarme y bajarme los pantalones porque me los había subido al levantarme del asiento. En el cuarto no había ni luz, cuando la vista se me acostumbró a la oscuridad me di cuenta que aquello era el cuarto de desahogo del policlínico (entraba un poco de luz por las rendijas de la única ventana de persianas que estaba cerrada). En una esquina tenían un recogedor, una frazada de piso y una escoba. No me quedaban dudas si pude tenerlas en algún momento.
— Estás hecho todo un narrador.
— No te burles de mi, sino paro aquí mismo.
— No, sigue, me interesa.
— Pues empecé a oír voces de tipos que estaban afuera esperando, haciendo cola para hacerse también su pajita. Uno decía en voz alta, con tremendo vozarrón: ¿A qué hora entró el berraco que está adentro? Otro le respondió: “Ah, no sé, cuando llegué ya estaba adentro y la enfermera le dio un pomo de compota. Yo lo vi.”
Más allá había tremenda gritería porque un tipo le decía a otro que iba delante de él. No podía ponerme pa`las cosas. Entonces cogí y traté de concentrarme en lo mío, se la metí a los mangos, al melón, a un coco; y no podía venirme. Agarré la escoba, la frazada de piso, el recogedor … Sudaba mucho. La enfermera venía cada cinco minutos y me tocaba la puerta y decía en voz alta, riéndose, ¿qué pasa, papito? ¿¡Mucha lechita, papi!? No podía, compadre. Volteé el pupitre y traté de metérsela por una pata, por poco se me traba. Desistí. La restregué contra la pared y casi cuando estaba al dársela, a la pared, pensando en mi jeva, el tipo del vozarrón empezó a patear la puerta: “Sino terminas de una cabrona vez yo soy el que va a entrar y te la va a sacar a trompón limpio, ¡termina, cabrón!” Era demasiado, estaba a punto caramelo, llevaba una hora en aquello. El tipo quería machacarme. Desbaratarme.
— ¿Qué hiciste?
— ¿Qué hice? Nada, subirme los pantalones y darme por vencido. No me quedaba una sola fruta, hasta la jaba de saco la tenía llena de agujeros y la gente que estaba afuera gritaba como si fuera un acto de repudio, decían a coro: “¡Qué salga el pajuzo!” “¡Sáquenlo a patadas! ¡Todos tenemos derecho a una paja!” Cuando salí el del vozarrón me cogió por el cuello de la camisa y me preguntó: “¿Cuántas te has hecho?” “Ninguna” Le respondí. El tipo sin soltarme le echó un vistazo al cuartucho de cuatro por cuatro metros y exclamó para que todos lo oyeran: “Caballero, este tipo es un vicioso” Señalando hacia mí. “Deja que vean esto, es una asquerosidad, se ha pasado por la piedra hasta la escoba de la limpieza. Yo ahí no entro hasta que no limpien eso … ¡Enfermera, limpien esto!”
Entonces me soltó. Pude escabullirme. Me quedo sin tener hijos, pero no voy nunca más a un lugar de esos a hacerme ninguna prueba. Mi mujer si quiere que se divorcie de mi.
Yo era el que no podía contener por más tiempo la risa. Fue la tarde en que me hernié de tanto reírme.
arcoiris- Admin
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