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KUBA: uno Stato chulo
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KUBA: uno Stato chulo
http://www.cubanet.org/colaboradores/cuba-el-estado-chulo/
Cuba: el estado chulo
El proxenetismo como política oficial
Aunque para el diccionario de la RAE, sólo hasta la acepción ocho, la palabra chulo significa lo que suele significar para los cubanos – 8.m. rufián (hombre que trafica con mujeres públicas) –, para nuestra cultura nacional esta sería una primerísima referencia, por delante de “bonito”, “guapo”, y sin pensar siquiera en llamar así al “hombre que ayuda en el matadero al encierro de reses mayores”. Ya casi no nos quedan reses mayores, pero proxenetas nunca han faltado en una población tan pobre como resuelta a resolver sus problemas diarios, a como dé lugar.
Pero el proxenetismo en Cuba hace mucho tiempo traspasó los límites del viejo barrio de San Isidro o los modernos alrededores de La Rampa. El estado cubano comprendió, tan bien como lo habría entendido un vividor marginal, que la única manera de sobrevivir en un entorno improductivo, en un ambiente poco favorable a la libertad empresarial, era chupándole la sangre a los suyos, a las personas que estaban bajo su tutela y responsabilidad.
Aquellos chulos famosos, como Alberto Yarini, al menos eran conocidos por cuidar y defender a sus protegidas. Las explotaban, pero la relación “laboral” también dependía del compromiso ante la seguridad de las almas que les servían. En esto se diferenciaban del actual proxenetismo oficial, ese que, lejos de sentirse responsable por aquellos a quienes chupa la sangre, ha ido desarrollando por décadas un sistema de desacreditación, desprecio y segregación.
Es cuando el proxenetismo como práctica económica se consolida en Cuba, con sus dos grandes áreas de expansión: la parlamentaria y la doméstica.
Proxenetismo parlamentario
El CAME acostumbró al gobierno cubano a vivir del trabajo ajeno, y desde muy temprano la recién nombrada revolución cubana aprendió que era posible ser mantenida por gobiernos extranjeros, entre tanto podía dedicarse a mover un tipo de publicidad que le daría prestigio internacional. El deporte, la educación y la Salud ganaban respeto y se volvían banderas del proceso. Detrás estaba el campo socialista, mandando a la isla todo lo necesario para que continuase con su labor publicitaria.
La chulería parlamentaria alcanzó su máximo nivel con el triunfo del chavismo en Venezuela. Antes, el comercio consentido con Europa del Este, se parecía más a la subvención de un hijo sinvergüenza, pero ya en pleno siglo XXI, el hijo había crecido, había aprendido – recesión brutal mediante – que no existen fideicomisos seguros en la política, y que chulear al petróleo venezolano, o a quienquiera que se pusiese a tiro (o le condonase las deudas), era la única manera de seguir funcionando sin necesidad de producir.
Hugo Chávez funcionó como meretriz de cierta categoría, una que se creía a sí misma en poder de las riendas de la historia latinoamericana. Los chulos de La Habana le dejaron crecer en liderazgo nominal, siempre y cuando les garantizase los más de cien mil barriles diarios de petróleo que necesitaban para no volver a tocar fondo, como en aquel fatídico año 94. La muerte del carismático presidente-meretriz los dejó a cargo de un pinguero de menor categoría, el iletrado Nicolás Maduro, quien, enajenado con la clonación del modelo castrista, ha permitido de buena gana que los gobernantes cubanos lo exploten y le digan todo lo que tiene que hacer.
Cuba chulea a Venezuela, ofreciéndole a cambio mercancía no material, cariñito de vez en cuando y, sobre todo, adiestramiento en un cúmulo de dislates económico-sociales, los mismos que al poder comunista del archipiélago nunca le llegaron a funcionar. El gobierno madurista acepta feliz su relación con los proxenetas de los cuales resulta emocionalmente dependiente. Se deja golpear por los Castro, se deja quitar cada centavo, porque aquellos chulos son el amor de su vida.
Proxenetismo doméstico
La relación con el exilio, aceptada por los exiliados a duras penas – digamos, sin el goce masoquista de Nicolás Maduro – funciona de manera parecida. Los emigrados no se consideran a sí mismos un objeto prostituido, pero para el gobierno lo son.
El improductivo estado se nutre de las remesas, según un estudio de The Havana Consulting Group (THCG), en 2013 la cantidad de dinero enviada a Cuba, sólo desde los Estados Unidos, había crecido 6.57% en relación con 2012, llegando a los 2.77 billones de dólares. La cifra significó 2 497 031 206 dólares, una billonada que se infla mucho más cuando le añadimos las remesas enviadas desde otros países.
El gobierno cubano obtiene de las remesas que chulea a sus “desertores”, mucho más que lo que a duras penas logra sacar del intercambio comercial con países como Rusia o China. No crea deudas multimillonarias con sus “apátridas”, y cada año procede a elevar las tarifas de sus servicios aduanales y consulares.
Visto de manera simple, sólo el pasaporte chileno supera, en Latinoamérica, al costo del nuevo pasaporte cubano (para los cubanos residentes en la isla), pero la cifra se dispara hasta las nubes cuando comparamos el salario medio de ambos países. Un cubano emigrado, según las nuevas tarifas, tiene que pagar unos 375 USD por obtener un pasaporte que sólo le servirá por seis años y que tendrá que renovar cada dos, pagando otros 180 por cada prórroga. En total, más de 700 dólares por el derecho a entrar y salir de su propio país.
Hagamos un cálculo conservador: de los casi tres millones de emigrados cubanos, digamos que, durante seis años, al menos dos millones hacen el trámite completo del pasaporte. Por más de un lustro el gobierno chulo le estaría sacando a su diáspora unos 1 500 000 000 USD. Si a esto le sumamos los ingresos no menos exorbitantes por cada remesa, trámite legal o consular, así como el impuesto invisible que saca a los cubanos de adentro con el pago de salarios irrisorios, entenderemos que el estado cubano, improductivo, ineficiente y arrogante, abusa a diario de sus propios ciudadanos, como único modo viable para mantenerse a flote en medio de la permanente crisis económica. Los chulea a todos, a los de adentro, con tributos en moneda nacional y a los de afuera en divisas, mientras que ninguna de sus dos monedas, ni siquiera la fuerte, vale más que papel de baño en cualquier banco del mundo.
La supervivencia del gobierno cubano, en resumen, desde hace mucho ya no tiene que ver con ideologías más o menos izquierdistas o con nociones retorcidas de patriotismo, traición y lealtad.
Permanecer en el poder después de medio siglo, para los Castro, no ha sido otra cosa sino el éxito de la buena gestión en el campo del proxenetismo. Putas se sobran para dejarse explotar por los chulos verde olivo en este ridículo mundo de hoy.
Cuba: el estado chulo
El proxenetismo como política oficial
Aunque para el diccionario de la RAE, sólo hasta la acepción ocho, la palabra chulo significa lo que suele significar para los cubanos – 8.m. rufián (hombre que trafica con mujeres públicas) –, para nuestra cultura nacional esta sería una primerísima referencia, por delante de “bonito”, “guapo”, y sin pensar siquiera en llamar así al “hombre que ayuda en el matadero al encierro de reses mayores”. Ya casi no nos quedan reses mayores, pero proxenetas nunca han faltado en una población tan pobre como resuelta a resolver sus problemas diarios, a como dé lugar.
Pero el proxenetismo en Cuba hace mucho tiempo traspasó los límites del viejo barrio de San Isidro o los modernos alrededores de La Rampa. El estado cubano comprendió, tan bien como lo habría entendido un vividor marginal, que la única manera de sobrevivir en un entorno improductivo, en un ambiente poco favorable a la libertad empresarial, era chupándole la sangre a los suyos, a las personas que estaban bajo su tutela y responsabilidad.
Aquellos chulos famosos, como Alberto Yarini, al menos eran conocidos por cuidar y defender a sus protegidas. Las explotaban, pero la relación “laboral” también dependía del compromiso ante la seguridad de las almas que les servían. En esto se diferenciaban del actual proxenetismo oficial, ese que, lejos de sentirse responsable por aquellos a quienes chupa la sangre, ha ido desarrollando por décadas un sistema de desacreditación, desprecio y segregación.
Es cuando el proxenetismo como práctica económica se consolida en Cuba, con sus dos grandes áreas de expansión: la parlamentaria y la doméstica.
Proxenetismo parlamentario
El CAME acostumbró al gobierno cubano a vivir del trabajo ajeno, y desde muy temprano la recién nombrada revolución cubana aprendió que era posible ser mantenida por gobiernos extranjeros, entre tanto podía dedicarse a mover un tipo de publicidad que le daría prestigio internacional. El deporte, la educación y la Salud ganaban respeto y se volvían banderas del proceso. Detrás estaba el campo socialista, mandando a la isla todo lo necesario para que continuase con su labor publicitaria.
La chulería parlamentaria alcanzó su máximo nivel con el triunfo del chavismo en Venezuela. Antes, el comercio consentido con Europa del Este, se parecía más a la subvención de un hijo sinvergüenza, pero ya en pleno siglo XXI, el hijo había crecido, había aprendido – recesión brutal mediante – que no existen fideicomisos seguros en la política, y que chulear al petróleo venezolano, o a quienquiera que se pusiese a tiro (o le condonase las deudas), era la única manera de seguir funcionando sin necesidad de producir.
Hugo Chávez funcionó como meretriz de cierta categoría, una que se creía a sí misma en poder de las riendas de la historia latinoamericana. Los chulos de La Habana le dejaron crecer en liderazgo nominal, siempre y cuando les garantizase los más de cien mil barriles diarios de petróleo que necesitaban para no volver a tocar fondo, como en aquel fatídico año 94. La muerte del carismático presidente-meretriz los dejó a cargo de un pinguero de menor categoría, el iletrado Nicolás Maduro, quien, enajenado con la clonación del modelo castrista, ha permitido de buena gana que los gobernantes cubanos lo exploten y le digan todo lo que tiene que hacer.
Cuba chulea a Venezuela, ofreciéndole a cambio mercancía no material, cariñito de vez en cuando y, sobre todo, adiestramiento en un cúmulo de dislates económico-sociales, los mismos que al poder comunista del archipiélago nunca le llegaron a funcionar. El gobierno madurista acepta feliz su relación con los proxenetas de los cuales resulta emocionalmente dependiente. Se deja golpear por los Castro, se deja quitar cada centavo, porque aquellos chulos son el amor de su vida.
Proxenetismo doméstico
La relación con el exilio, aceptada por los exiliados a duras penas – digamos, sin el goce masoquista de Nicolás Maduro – funciona de manera parecida. Los emigrados no se consideran a sí mismos un objeto prostituido, pero para el gobierno lo son.
El improductivo estado se nutre de las remesas, según un estudio de The Havana Consulting Group (THCG), en 2013 la cantidad de dinero enviada a Cuba, sólo desde los Estados Unidos, había crecido 6.57% en relación con 2012, llegando a los 2.77 billones de dólares. La cifra significó 2 497 031 206 dólares, una billonada que se infla mucho más cuando le añadimos las remesas enviadas desde otros países.
El gobierno cubano obtiene de las remesas que chulea a sus “desertores”, mucho más que lo que a duras penas logra sacar del intercambio comercial con países como Rusia o China. No crea deudas multimillonarias con sus “apátridas”, y cada año procede a elevar las tarifas de sus servicios aduanales y consulares.
Visto de manera simple, sólo el pasaporte chileno supera, en Latinoamérica, al costo del nuevo pasaporte cubano (para los cubanos residentes en la isla), pero la cifra se dispara hasta las nubes cuando comparamos el salario medio de ambos países. Un cubano emigrado, según las nuevas tarifas, tiene que pagar unos 375 USD por obtener un pasaporte que sólo le servirá por seis años y que tendrá que renovar cada dos, pagando otros 180 por cada prórroga. En total, más de 700 dólares por el derecho a entrar y salir de su propio país.
Hagamos un cálculo conservador: de los casi tres millones de emigrados cubanos, digamos que, durante seis años, al menos dos millones hacen el trámite completo del pasaporte. Por más de un lustro el gobierno chulo le estaría sacando a su diáspora unos 1 500 000 000 USD. Si a esto le sumamos los ingresos no menos exorbitantes por cada remesa, trámite legal o consular, así como el impuesto invisible que saca a los cubanos de adentro con el pago de salarios irrisorios, entenderemos que el estado cubano, improductivo, ineficiente y arrogante, abusa a diario de sus propios ciudadanos, como único modo viable para mantenerse a flote en medio de la permanente crisis económica. Los chulea a todos, a los de adentro, con tributos en moneda nacional y a los de afuera en divisas, mientras que ninguna de sus dos monedas, ni siquiera la fuerte, vale más que papel de baño en cualquier banco del mundo.
La supervivencia del gobierno cubano, en resumen, desde hace mucho ya no tiene que ver con ideologías más o menos izquierdistas o con nociones retorcidas de patriotismo, traición y lealtad.
Permanecer en el poder después de medio siglo, para los Castro, no ha sido otra cosa sino el éxito de la buena gestión en el campo del proxenetismo. Putas se sobran para dejarse explotar por los chulos verde olivo en este ridículo mundo de hoy.
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