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Pinturas-(mas o meno..commerciali)
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Pinturas-(mas o meno..commerciali)
http://oncubamagazine.com/economia-negocios/el-artesanal-negocio-de-la-imagen-cuba/
El negocio de la imagen (artesanal) de Cuba
Manolo es museólogo y guía de turistas en Viñales hace varios años.
Antes fue “dirigente” y ahora posee una casa de alquiler y aprovecha su ingente preparación histórica y conocimientos de inglés, algo más de francés y alemán, para vivir en un lugar hecho a la medida para el turismo. Conversamos sobre la venta de cuadros en formato reducido, generalmente adquiridas como souvenir en varios puntos del pueblo, esperando en la propiedad de un sobrino emprendedor, guajiro con sombrero, a primera vista parecido, fenotípicamente, a los de las obras que venden al extranjero una Cuba guajira y tropical, a lo lejos, en Viñales. El lugar, un restaurant o paladar de Viñales, está atiborrado de viajeros de distintas nacionalidades. Desde la colina se observan debajo, lejanas y pequeñas, las manchas terrosas de los tejados de las casas, obligación patrimonial para quienes viven en el destino turístico cubano. “Aquí, no importa el techo de mampostería, te multan si no le colocas las tejas encima”, comentó un amigo. Por los costados, los mogotes, formaciones geológicas especiales del lugar, serpentean al pueblo, casi lo rodean. Entre las construcciones, caminan cientos de diminutas figuras de visitantes husmeando en las esquinas, seguramente, buscando donde cenar u hospedarse; mientras aquí se almuerza, con sillas y mesas de madera, en una edificación de tablas, construida para reforzar el ambiente de finca ecológica que se ve por doquier. -Si un cliente tiene interés en la pintura, como profesional, no lo llevo a esos lugares, ¿cómo les dicen?, boulevard. Allí no, porque mi concepto es que son réplicas, de falta de profesionalismo de personas que no se dedican a eso. Para mí tiene más valor llevarlos a la galería.
Por un puñado de dólares
Meilin Alonso vende en una pequeña feria, ubicada en este poblado pinareño. Rubia y de mediana estatura, se cubre del sol con un sombrero y sonríe constantemente a los visitantes. Pareciera que aquí, como en ningún otro lugar de Pinar del Río, las personas han aprendido a sonreír. Sobre varias mesas se observan collares de semilla, llaveros, sombreros tejidos, figuras de madera con la imagen de las mulatas, además de las pinturas. “Los cuadritos chiquitos los hace mi papá que nació con ese arte pero no estudió. De profesionales no tengo nada, esos están en la galería. Estos, un poco más grandes, son de dos instructores de arte- me dice, después de la presentación rigor y su sonrisa habitual”. ¿Qué es lo que más buscan, lo que más compran ellos?, le pregunto. “Los cuadros con los mogotes del Valle en diferentes posiciones, también la imagen del Che. Los paisajes tienen mayor salida, con el sembrado y la casa de tabaco y el campesino con el tabaco, nada de afuera de la estética del cubano-una turista toma un llavero con la imagen de una mulata de la mesa de Meilin, quien le dice, “Hi”, pero no desea comprar nada”. Ha dicho la estética cubana, como un juicio conclusivo, reduccionista. El país, para muchos, a causa de la pintura ofertada y comprada en lugares como Viñales, es una gran vega con mogotes, con campesinos sonrientes y fumadores y mulatas pintorescas.
“Patrimonio se encarga de ponerlos los sellos a los cuadros y así nos controlan más la venta.
El sello de los pequeños cuesta 50 centavos y el de los grandes un peso-añade Meilin, quien me despide con un “buena suerte con el trabajo” y el mismo rostro afable”.
Como ejercicio profesional y turístico, es sabio entrar a las tiendas, los lugares de servicios o, simplemente, observar a la gente, para comprender un poco cómo se vive en cada lugar.
Deambulando por la calle central, Viñales se parece a los tradicionales pueblos de construcción colonial en Cuba-con un parque central y una iglesia- pero no es uno más. Las casas de alquiler-algunas con varias habitaciones y hasta piscinas- son numerosas, mayoría en el total de la provincia; los restaurantes de todo tipo también. Los portales hierven por la gente, refugiada ante el sol de mediodía. Frente al parque central, una escena se remeda constantemente, pues decenas de personas, portando carteles con nombres, se amontonan, casi empujándose, en espera de los extranjeros que descienden de los ómnibus. Los habitantes de esta comunidad del occidente cubano han desarrollado una cultura de servir a los visitantes, pues viven del turismo. Habituados a recibir huéspedes en sus hogares, a fungir de guías, a convertir en mercancía lo impensado, son sagaces en el trato, ágiles para estos menesteres, como Leidys Rodríguez Cruz, quien vende en un portal de una calle lateral.
Al frente, el viejo cine, construcción también típica de estos asentamientos, luce como una antigualla, en uso, mayormente, para pequeños espectáculos.
En las noches, más que para cinéfilos, Viñales es para diletantes de las fiestas en clubes nocturnos, discotecas, de la comida de los paladares. La realidad, me decía un profesor, es más rica que la ficción.
“A los turistas les gusta lo tradicional, lo nuevo no les llama la atención-con lo tradicional señala los mismos referentes anteriores, y con los nuevo, intuyo, habla de las líneas que se apartan del realismo paisajístico-.
Quieren los cuadros pequeños, que no ocupen espacio en el equipaje. Los precios varían entre 10 y hasta 50 Cuc.
Muchos se dedican a esto, algunos por encargo-incluso ella hace lo suyo-. Se compran los sombreros, artesanía, llaveros con el nombre de Cuba, la cara del Che”, cuenta Leydis, quien también me despide con una sonrisa. Adquieren “lo que para ellos sea diferente. El día antes de irse vienen y buscan un regalo”, explica Katia.
. El día antes de irse vienen y buscan un regalo”, explica Katia. Una vendedora más cercana al parque, Katia Lozano, me reafirma las tendencias aparentemente comunes.
A veces, adquieren baratijas como cámaras fotográficas hechas de latas de refresco, imanes, chapas artesanales para carros, collares, porta puros, que digan Cuba, “lo que para ellos sea diferente. El día antes de irse, vienen y buscan un regalo”. Lo bueno, lo malo, lo feo…cuestión de negocios Viñales asemeja una congregación diseñada para la contemplación desde los portales, convertidos, gran parte, en restaurantes donde los comensales descansan. En una librería cercana, dentro, también ofertan pinturas y artesanía.
Es como si en esta parte del mundo, los lugares no respondieran solo a su propósito inicial, sino que debieran, por imperiosa necesidad, convertirse en repositorios de la imagen Cuba, la de los guajiros, los artesanos, que copan la mente de muchos que vienen por vez primera. A estas horas hay poca gente en el parque, con el busto y sus palmas.
A un costado de este, se hallan la Galería de Arte y la galería de la Casa de Cultura Marina Azcuy.
En el primero de estos sitios, también de estructura colonial, Leidys Herrera, aguarda la visita de los extranjeros. Aquí no se ven las mismas pinturas de poco acabado y baratas, sino obras más elaboradas, casi siempre también paisajes- o fotografías-, de artistas profesionales, de mayor renombre, y precios notablemente superiores, cercanos en ocasiones a los mil CUC. Lugar de Viñales, como pequeña feria, donde se venden pinturas y artesanías a los turistas con las imágenes que representan, supuestamente, lo genuinamente cubano
¿Cómo se vende aquí?-le pregunto tras la presentaciones de rutina.
Ella se niega a que grabe la conversación, pero me indica una silla para sentarme y copiar. “No vendemos, solo damos información sobre el artista y ellos van a los talleres. Lo que más quieren, como en la feria, son los paisajes. Montamos exposiciones colectivas o individuales, solo de profesionales-además, cuenta una nota curiosa, una pista para intentar entender quiénes compran y lo qué compran. Los cubanos se comportan distinto, porque no desean el paisaje sino otro tipo de pintura, contrario a los extranjeros, que si buscan el paisaje”. Varias visitas a Viñales descubren que, efectivamente, el consumo tiene sus tics recurrentes, patrones, y que existen diferenciaciones entres los productores. No es igual ser uno más, con los cuadros deteriorándose bajo el sol -valor reducido a un puñado de dólares, como el título icónico del western espagueti-, o convertirte en un paisajista de pedigrí, con piezas en la galería y precios muy superiores. Me dijo Manolo, en aquella ocasión, mirando el Valle desde arriba, posición ideal para cartografiar un pueblo tan camaleónico.
“No tengo nada en contra (de quienes no llegan a las galerías), pero nunca verás algo de calidad en esos lugares; allí hay cuadritos, que los sacas del marco y los guardaste. Son pintores de bajo costo. Esa pintura del vallecito se promueve mucho pero el arte, una obra con respeto, como tal, no se está comercializando. Alguien de rango, como Vásquez (Ramón Vásquez, conocido paisajista del lugar), antes de terminar ya tiene la obra vendida”. Parece, más bien, cuestión de hacer bien los negocios.
Los paisajistas constituyen una especie de gran fecundidad, dentro de la amplia tradición de pintores de la provincia. Los atractivos destinos, la riqueza natural (es la provincia más poblada de bosques de Cuba), además de ser la tierra, para muchos, del mejor tabaco del mundo, la vuelven ideal para esta temática. Pero las características del territorio condicionan las reglas del comercio del arte, un juego de sobrevivencia constante para los más fuertes. “Los graduados de la Escuela de Artes Plásticas saben que, en su mayoría, de eso no se vive. El mercado es difícil. Muchos de mis compañeros ahora son artesanos, carpinteros como yo o pintan para esos lugares. Para estos cuadros la técnica no es depurada, más bien sencilla y sin acabado, porque es un souvenir para turistas”, cuenta, vía telefónica, un egresado en la especialidad de grabado, que no desea dar su nombre. La cuestión económica condiciona estos comportamientos. Muchos, una vez terminan los estudios, no triunfan y escogen el camino más sencillo de estas obras fáciles, explotando la imagen preconcebida del concepto Cuba.
También se dedican a ello Instructores de Arte u otras personas con habilidades, que se vuelven reproductores de estos patrones estéticos. “El artista debe vivir de lo suyo, pero otros, que no lo son, hacen una obra ni cuestionadora ni interesante, más bien banal, comercial con el provecho económico como fin y sin ningún cuestionamiento estético o crítico. Los extranjeros compran esto porque es más barato, colorido y tiene que ver con el trópico- me explica Januar Valdés Barrios, joven pintor, grabador y fotógrafo profesional-. Se crea una falsa idea, una falsa imagen de lo que es el arte cubano
. Te encuentras muchos artistas con una obra seria, profesional y otra comercial, pero otros se dedican al paisajito con el bohío, el tabaco, porque vende. Se crea un submundo raro; conozco a gente que considera este tipo de trabajos como su obra. “Hay mucha prostitución en el arte, gente que se escuda detrás de eso. El arte no surgió para vender sino como medio de expresión espiritual, pero sobretodo en los años 90-derrumbre del Campo Socialista y llegada del periodo especial- entra a Cuba la doble moneda y empieza esta cuestión del mercado.
Esa generación choca con la venta en subastas, galerías, en las bienales y eso es un proceso que no se detiene. Ahí está la contradicción: en cómo hacer una obra interesante con ciertos valores artísticos, estéticos y artísticos y poder vivir de eso”. Entre tanta imagen, técnicamente simplista o elaborada, abstracta o realista, cabrá preguntarse cuál de esas es Cuba.
A falta de capital para elegir entre la feria de la esquina o la galería, veo en mi cámara las mil instantáneas de Viñales para escoger, realidades distintas y congruentes, conviviendo en un mismo país.
El negocio de la imagen (artesanal) de Cuba
Manolo es museólogo y guía de turistas en Viñales hace varios años.
Antes fue “dirigente” y ahora posee una casa de alquiler y aprovecha su ingente preparación histórica y conocimientos de inglés, algo más de francés y alemán, para vivir en un lugar hecho a la medida para el turismo. Conversamos sobre la venta de cuadros en formato reducido, generalmente adquiridas como souvenir en varios puntos del pueblo, esperando en la propiedad de un sobrino emprendedor, guajiro con sombrero, a primera vista parecido, fenotípicamente, a los de las obras que venden al extranjero una Cuba guajira y tropical, a lo lejos, en Viñales. El lugar, un restaurant o paladar de Viñales, está atiborrado de viajeros de distintas nacionalidades. Desde la colina se observan debajo, lejanas y pequeñas, las manchas terrosas de los tejados de las casas, obligación patrimonial para quienes viven en el destino turístico cubano. “Aquí, no importa el techo de mampostería, te multan si no le colocas las tejas encima”, comentó un amigo. Por los costados, los mogotes, formaciones geológicas especiales del lugar, serpentean al pueblo, casi lo rodean. Entre las construcciones, caminan cientos de diminutas figuras de visitantes husmeando en las esquinas, seguramente, buscando donde cenar u hospedarse; mientras aquí se almuerza, con sillas y mesas de madera, en una edificación de tablas, construida para reforzar el ambiente de finca ecológica que se ve por doquier. -Si un cliente tiene interés en la pintura, como profesional, no lo llevo a esos lugares, ¿cómo les dicen?, boulevard. Allí no, porque mi concepto es que son réplicas, de falta de profesionalismo de personas que no se dedican a eso. Para mí tiene más valor llevarlos a la galería.
Por un puñado de dólares
Meilin Alonso vende en una pequeña feria, ubicada en este poblado pinareño. Rubia y de mediana estatura, se cubre del sol con un sombrero y sonríe constantemente a los visitantes. Pareciera que aquí, como en ningún otro lugar de Pinar del Río, las personas han aprendido a sonreír. Sobre varias mesas se observan collares de semilla, llaveros, sombreros tejidos, figuras de madera con la imagen de las mulatas, además de las pinturas. “Los cuadritos chiquitos los hace mi papá que nació con ese arte pero no estudió. De profesionales no tengo nada, esos están en la galería. Estos, un poco más grandes, son de dos instructores de arte- me dice, después de la presentación rigor y su sonrisa habitual”. ¿Qué es lo que más buscan, lo que más compran ellos?, le pregunto. “Los cuadros con los mogotes del Valle en diferentes posiciones, también la imagen del Che. Los paisajes tienen mayor salida, con el sembrado y la casa de tabaco y el campesino con el tabaco, nada de afuera de la estética del cubano-una turista toma un llavero con la imagen de una mulata de la mesa de Meilin, quien le dice, “Hi”, pero no desea comprar nada”. Ha dicho la estética cubana, como un juicio conclusivo, reduccionista. El país, para muchos, a causa de la pintura ofertada y comprada en lugares como Viñales, es una gran vega con mogotes, con campesinos sonrientes y fumadores y mulatas pintorescas.
“Patrimonio se encarga de ponerlos los sellos a los cuadros y así nos controlan más la venta.
El sello de los pequeños cuesta 50 centavos y el de los grandes un peso-añade Meilin, quien me despide con un “buena suerte con el trabajo” y el mismo rostro afable”.
Como ejercicio profesional y turístico, es sabio entrar a las tiendas, los lugares de servicios o, simplemente, observar a la gente, para comprender un poco cómo se vive en cada lugar.
Deambulando por la calle central, Viñales se parece a los tradicionales pueblos de construcción colonial en Cuba-con un parque central y una iglesia- pero no es uno más. Las casas de alquiler-algunas con varias habitaciones y hasta piscinas- son numerosas, mayoría en el total de la provincia; los restaurantes de todo tipo también. Los portales hierven por la gente, refugiada ante el sol de mediodía. Frente al parque central, una escena se remeda constantemente, pues decenas de personas, portando carteles con nombres, se amontonan, casi empujándose, en espera de los extranjeros que descienden de los ómnibus. Los habitantes de esta comunidad del occidente cubano han desarrollado una cultura de servir a los visitantes, pues viven del turismo. Habituados a recibir huéspedes en sus hogares, a fungir de guías, a convertir en mercancía lo impensado, son sagaces en el trato, ágiles para estos menesteres, como Leidys Rodríguez Cruz, quien vende en un portal de una calle lateral.
Al frente, el viejo cine, construcción también típica de estos asentamientos, luce como una antigualla, en uso, mayormente, para pequeños espectáculos.
En las noches, más que para cinéfilos, Viñales es para diletantes de las fiestas en clubes nocturnos, discotecas, de la comida de los paladares. La realidad, me decía un profesor, es más rica que la ficción.
“A los turistas les gusta lo tradicional, lo nuevo no les llama la atención-con lo tradicional señala los mismos referentes anteriores, y con los nuevo, intuyo, habla de las líneas que se apartan del realismo paisajístico-.
Quieren los cuadros pequeños, que no ocupen espacio en el equipaje. Los precios varían entre 10 y hasta 50 Cuc.
Muchos se dedican a esto, algunos por encargo-incluso ella hace lo suyo-. Se compran los sombreros, artesanía, llaveros con el nombre de Cuba, la cara del Che”, cuenta Leydis, quien también me despide con una sonrisa. Adquieren “lo que para ellos sea diferente. El día antes de irse vienen y buscan un regalo”, explica Katia.
. El día antes de irse vienen y buscan un regalo”, explica Katia. Una vendedora más cercana al parque, Katia Lozano, me reafirma las tendencias aparentemente comunes.
A veces, adquieren baratijas como cámaras fotográficas hechas de latas de refresco, imanes, chapas artesanales para carros, collares, porta puros, que digan Cuba, “lo que para ellos sea diferente. El día antes de irse, vienen y buscan un regalo”. Lo bueno, lo malo, lo feo…cuestión de negocios Viñales asemeja una congregación diseñada para la contemplación desde los portales, convertidos, gran parte, en restaurantes donde los comensales descansan. En una librería cercana, dentro, también ofertan pinturas y artesanía.
Es como si en esta parte del mundo, los lugares no respondieran solo a su propósito inicial, sino que debieran, por imperiosa necesidad, convertirse en repositorios de la imagen Cuba, la de los guajiros, los artesanos, que copan la mente de muchos que vienen por vez primera. A estas horas hay poca gente en el parque, con el busto y sus palmas.
A un costado de este, se hallan la Galería de Arte y la galería de la Casa de Cultura Marina Azcuy.
En el primero de estos sitios, también de estructura colonial, Leidys Herrera, aguarda la visita de los extranjeros. Aquí no se ven las mismas pinturas de poco acabado y baratas, sino obras más elaboradas, casi siempre también paisajes- o fotografías-, de artistas profesionales, de mayor renombre, y precios notablemente superiores, cercanos en ocasiones a los mil CUC. Lugar de Viñales, como pequeña feria, donde se venden pinturas y artesanías a los turistas con las imágenes que representan, supuestamente, lo genuinamente cubano
¿Cómo se vende aquí?-le pregunto tras la presentaciones de rutina.
Ella se niega a que grabe la conversación, pero me indica una silla para sentarme y copiar. “No vendemos, solo damos información sobre el artista y ellos van a los talleres. Lo que más quieren, como en la feria, son los paisajes. Montamos exposiciones colectivas o individuales, solo de profesionales-además, cuenta una nota curiosa, una pista para intentar entender quiénes compran y lo qué compran. Los cubanos se comportan distinto, porque no desean el paisaje sino otro tipo de pintura, contrario a los extranjeros, que si buscan el paisaje”. Varias visitas a Viñales descubren que, efectivamente, el consumo tiene sus tics recurrentes, patrones, y que existen diferenciaciones entres los productores. No es igual ser uno más, con los cuadros deteriorándose bajo el sol -valor reducido a un puñado de dólares, como el título icónico del western espagueti-, o convertirte en un paisajista de pedigrí, con piezas en la galería y precios muy superiores. Me dijo Manolo, en aquella ocasión, mirando el Valle desde arriba, posición ideal para cartografiar un pueblo tan camaleónico.
“No tengo nada en contra (de quienes no llegan a las galerías), pero nunca verás algo de calidad en esos lugares; allí hay cuadritos, que los sacas del marco y los guardaste. Son pintores de bajo costo. Esa pintura del vallecito se promueve mucho pero el arte, una obra con respeto, como tal, no se está comercializando. Alguien de rango, como Vásquez (Ramón Vásquez, conocido paisajista del lugar), antes de terminar ya tiene la obra vendida”. Parece, más bien, cuestión de hacer bien los negocios.
Los paisajistas constituyen una especie de gran fecundidad, dentro de la amplia tradición de pintores de la provincia. Los atractivos destinos, la riqueza natural (es la provincia más poblada de bosques de Cuba), además de ser la tierra, para muchos, del mejor tabaco del mundo, la vuelven ideal para esta temática. Pero las características del territorio condicionan las reglas del comercio del arte, un juego de sobrevivencia constante para los más fuertes. “Los graduados de la Escuela de Artes Plásticas saben que, en su mayoría, de eso no se vive. El mercado es difícil. Muchos de mis compañeros ahora son artesanos, carpinteros como yo o pintan para esos lugares. Para estos cuadros la técnica no es depurada, más bien sencilla y sin acabado, porque es un souvenir para turistas”, cuenta, vía telefónica, un egresado en la especialidad de grabado, que no desea dar su nombre. La cuestión económica condiciona estos comportamientos. Muchos, una vez terminan los estudios, no triunfan y escogen el camino más sencillo de estas obras fáciles, explotando la imagen preconcebida del concepto Cuba.
También se dedican a ello Instructores de Arte u otras personas con habilidades, que se vuelven reproductores de estos patrones estéticos. “El artista debe vivir de lo suyo, pero otros, que no lo son, hacen una obra ni cuestionadora ni interesante, más bien banal, comercial con el provecho económico como fin y sin ningún cuestionamiento estético o crítico. Los extranjeros compran esto porque es más barato, colorido y tiene que ver con el trópico- me explica Januar Valdés Barrios, joven pintor, grabador y fotógrafo profesional-. Se crea una falsa idea, una falsa imagen de lo que es el arte cubano
. Te encuentras muchos artistas con una obra seria, profesional y otra comercial, pero otros se dedican al paisajito con el bohío, el tabaco, porque vende. Se crea un submundo raro; conozco a gente que considera este tipo de trabajos como su obra. “Hay mucha prostitución en el arte, gente que se escuda detrás de eso. El arte no surgió para vender sino como medio de expresión espiritual, pero sobretodo en los años 90-derrumbre del Campo Socialista y llegada del periodo especial- entra a Cuba la doble moneda y empieza esta cuestión del mercado.
Esa generación choca con la venta en subastas, galerías, en las bienales y eso es un proceso que no se detiene. Ahí está la contradicción: en cómo hacer una obra interesante con ciertos valores artísticos, estéticos y artísticos y poder vivir de eso”. Entre tanta imagen, técnicamente simplista o elaborada, abstracta o realista, cabrá preguntarse cuál de esas es Cuba.
A falta de capital para elegir entre la feria de la esquina o la galería, veo en mi cámara las mil instantáneas de Viñales para escoger, realidades distintas y congruentes, conviviendo en un mismo país.
mosquito- Admin
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Località : Bollo.gna
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