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Víctor Mesa: ¿héroe o villano?

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Víctor Mesa: ¿héroe o villano? Empty Víctor Mesa: ¿héroe o villano?

Messaggio Da arcoiris Mar 23 Apr 2013 - 23:55

Víctor Mesa: ¿héroe o villano? Vmesa-10

Víctor Mesa Martínez (Sagua la Grande, 1960) fue bautizado como “La Explosión Naranja” por Bobby Salamanca. Era uno de esos peloteros que inspiró al sagaz periodista deportivo. Ganarse un calificativo semejante en el béisbol cubano no es nada fácil. Ello conduce a figurar en un “Salón de la Fama” junto a leyendas como “El Meteoro de la Maya” (Braudilio Vinent), “El Gigante del Escambray” (Antonio Muñoz) o “El Señor Pelotero” (Luis Giraldo Casanova).



En efecto, el jardinero central reunía las cualidades de jugador pimentoso, razón para que el "siempre vivo" cronista de Radio Rebelde lo insertara en una tradición lidereada por los joseadores Félix Isasi, Rey Vicente Anglada o Germán Mesa.

“El loco Mesa” (como le llamaban otros menos complacientes) seguía una máxima ética de sus antecesores: "Dentro del terreno, rivales; fuera, amigos". Víctor salía al diamante presto a lesionarse y embarrarse el uniforme con el barro del aplauso o la rechifla. La agresividad lo convertía en hombre-inspiración contra la modorra. Una vez le preguntaron al riguroso y sonriente Agustín Marquetti, por qué la gente iba a los estadios para ver jugar al número 32 del team Cuba y el “Héroe de Managua” respondió nuevamente con oportunidad: “Porque Víctor Mesa hace todo lo que no hacemos nosotros”.

Devorado por la ansiedad

Al verlo moverse devorado por la ansiedad, los espectadores sentían la presencia de quien pretende romper con las reglas que dominan la rutina de un oficio. Robarse el home play en varias ocasiones, caer del otro lado de la cerca tratando de atrapar un cuadrangular o, levantando los brazos desde segunda base, para alentar al bateador y sacar de paso al lanzador contrario eran componentes de su repertorio histriónico. Y nos interrogamos: ¿Víctor acataba las reglas de su director a la hora de concretar sus piruetas de temeridad deportiva? ¿Jugaba para el equipo o para levantar al público de sus asientos? ¿Potenciaba el show individual por encima de la causa colectiva? ¿Fue un atleta disciplinado? Estas dudas solían inquietar a los conocedores que rechazaban sus excesos o garras de astracán.

Víctor Mesa era un “fenómeno de multitudes”, decidido a superar o derribar el listón de lo sublime o lo ridículo. Sí: era un espectáculo de arraigo popular, quién lo duda, electrizante o decepcionante para admiradores y detractores. Su hiperkinesia (orgánica o impostada) devino en patología como blanco fotográfico. Era como un delantero estrella donde el resto de los jugadores asumían la función de teloneros custodiando al ídolo.

Pero el Víctor Mesa mánager constituye una paradoja del Víctor Mesa jugador. De igual forma, como director de equipo salen a relucir sus fisuras como jugador actuando fuera de los límites. Desde el banco, este “líder convertido en jefe” no cesa de impartir órdenes a su equipo, hablar con sus asistentes o con él mismo. Todo apoyado en un estricto régimen disciplinario. Es raro contemplarlo sentado en la cueva y meditando en silencio. La quietud serena no es un signo de su dinámica beisbolera.

Método avasallador

Al tomar las riendas de Villa Clara en la Serie Nacional se le criticó su método de trabajo. Su ímpetu avasallaba al resto de los jugadores que sucumbían ante el vigor de su carácter. Solamente el receptor y líder natural de una selección como Ariel Pestano se atrevió a cuestionar su manera de dirigir. Quizás esta discrepancia -revertida en incomunicación- motivó que el mejor receptor de Cuba quedara fuera del III Clásico Mundial de Béisbol 2013.

Dos personalidades tan fuertes no podían estar juntas y uno de los dos sobraba. En ambos casos, la soberbia de su ego fulmina a la humildad del talento. Y se pudo constatar la efectividad sin virtuosismo estratégico del ofensivo Eriel Sánchez, la responsabilidad precoz otorgada a Frank Camilo Morejón o la presencia fantasmal del maniatado emergente Yosvani Peraza. Pestano era la contrafigura que necesitaba Víctor Mesa y no un impávido Jorge Fuentes anotando números en un cuaderno de apuntes. Había que limar asperezas. Sentarse a dialogar como personas sensatas. Víctor tenía que ceder y Pestano entender. ¿Qué pintaba el Comisionado Nacional de béisbol Higinio Vélez en medio de este cuadro? Cuando se pretende alcanzar un objetivo, cualquier negociación es válida (y hasta posible) en circunstancias extremas.

Razonemos juntos -diría Vito Corleone.

El libertinaje de Víctor Mesa como jugador se revierte en una férrea dictadura como mánager. Su exigencia deviene en una presión insoportable: cada jugador sabe lo que le espera si hace algo mal o no orientado desde el banco. Todo lo cual propicia una atmósfera de incertidumbre y nerviosismo, hasta en los jugadores experimentados. A ello se le agrega el compromiso de los atletas. El béisbol en Cuba es un problema político antes que deportivo. O, mejor dicho, un conflicto nacional. La derrota no se admite como un hecho natural. Primero se acepta (y hasta se aplaude) el abandono de uno o varios peloteros deseosos de engrosar las Grandes Ligas.

Metamorfosis y fanatismos

Triunfar en el exterior ya implica regresar a la isla como un héroe que antes fue estigmatizado como traidor a la patria o desertor. La metamorfosis de los gusanos en mariposas comienza a masificarse. ¿Volverán todos los que escaparon, para recibir el cariño de su gente como José Ariel Contreras agasajado en la peña del Parque Central?

El fanatismo es una mezcla de endiosamiento y crueldad. Transita de la calidez a la frialdad con la vertiginosidad de un parpadeo. Su carta de presentación es el triunfalismo a ultranza. Es ciego como el amor y vidente como el odio que te une a tu enemigo en un estrecho abrazo. En este punto, asistimos a la nupcia fatal entre el deporte y la política.

Ya se antoja impostergable que el proceso de reformas iniciado por Raúl Castro con sus “Variaciones de Poncio Pilatos” permita que nuestros jugadores intervengan en ligas internacionales, sin renunciar a la “ilusión lírica” de las cuatro letras mayúsculas en el pecho.

¿Hasta cuándo los peloteros cubanos tendrán que irrumpir, madurar y podrirse acuartelados tras los muros de una “dignidad amateur” o profesionalismo mal pagado? ¿Vergüenza contra dinero? ¿El lema de Eduardo Chibás como antídoto poscomunista? Cuánto hubiéramos disfrutado la tentativa de imponerse en las Mayores de Omar Linares, Orestes Kindelán o Antonio Pacheco. Algo similar puede suceder con talentos en pleno ascenso como Yasmani Tomás, José Miguel Fernández o Stayler Hernández.

El milagro de la lealtad

De producirse el milagro liberador de esa lealtad cautiva, el juego de Cuba en los venideros Clásicos Mundiales cambiaría de tónica. ¿Sería aventurado vaticinar que el fiasco daría un giro de 360 grados? Así los 11 millones de mánagers que habitan en la isla podrían evocar al querido y respetado aglutinador de energía José Miguel Pineda, reconociendo ebrio de felicidad por la victoria: “Mi banda se dirige sola”.

Lo saludable sería crear un ambiente de relajación y armonía entre quienes tú has depositado tu confianza. La mano de hierro es un arma de doble filo, incluso cuando se empuña con el ánimo de triunfar y regalarle glorias al pueblo que se alimenta de bolas y strikes. Era llamativo cómo la sonrisa era un gesto compartido en el rostro de los jugadores dominicanos que, finalmente, ganaron el III Clásico Mundial. ¿Quién negaría que Víctor Mesa siga dejando su alma en el terreno, aún como director capaz de encumbrar a un equipo sotanero como Matanzas?

Pero si antes sus gritos perturbaban al rival de turno, ahora desconcentran a elencos de jugadores élites. O, peor aún, sirven para insultar a un árbitro que no se le enfrenta como groseramente lo merece. Con frecuencia, Víctor reacciona como un perdedor víctima del resentimiento o la impotencia. Un amigo sintetiza decepcionado: “San Victoriano 32 padece de autismo. No ve más allá de sus límites. Es el perfecto conejillo de Indias”.

El olvidado Servio Borges

Un mánager de béisbol debe poseer flema para tragar en seco y mesura pedagógica. Ser como un padre que sentado en un sillón y, en voz baja, le pide a su hijo que haga todo lo que él no pudo hacer en la vida. Haber sido un pelotero excepcional no le asegura a nadie ser un director excepcional. Un ejemplo es el polémico y olvidado Servio Borges: nunca levantó las gradas de ningún estadio, jamás hizo el equipo Cuba como el pelotero que no fue y, sin embargo, es uno de nuestros managers más ganadores internacionalmente.

Servio Tulio Borges -un Licenciado en Cultura Física con nombre de rey etrusco y apellido de escritor célebre- no respondía a un pasado como jugador que fijó un estilo de juego. Su lógica matemática le permitía armar selecciones donde coexistían un primer bate como “El gamo de Jovellanos” Wilfredo Sánchez (primero en arribar a mil hits en series nacionales) y un cuarto bate temible como Antonio Muñoz. La ocasión en que a Servio Borges le propusieron comandar a los descarriados Industriales, su condición para aceptar la misión fue excluir a los estelares pero perturbadores Lázaro Vargas, Lázaro de la Torre y Juan Bravo. Ese año la nave azul ganó el título. Se verificó la teoría de que “nadie es imprescindible” y la afición capitalina obvió el impacto de “medidas antipopulares”.

Yulieski Gourriel no es un líder como Leo Messi o Cristiano Ronaldo. ¿Por qué no puede ser enviado al banco? ¿Por qué tiene que ser “El Yuli” un “niño mimado” de la pelota cubana con aura de irreemplazable? ¿Por qué una prensa deportiva (“cegada” por la autoridad y carismática sencillez de su padre Lourdes) soslaya y justifica convincentes lecciones de apatía?

Como un debutante tembloroso

Cuando vimos a Yulieski flaquear en el Clásico como un debutante tembloroso, extrañamos al descartado antesalista Michel Enríquez, uno de esos peloteros que se crecen en los momentos difíciles. Los atletas de raza vencen ante la presión: he ahí el sello de su estirpe. ¿No era preferible tener a un experimentado de esta categoría en el banco, antes que a un improvisado Luis Felipe Rivera a la sombra del también inamovible José Dariel Abreu?

La pasión de Víctor Mesa es su gran virtud y su gran antagonista. Su peor enemigo es el espejo de su propia historia que lo refleja de pies a cabeza, clamando porque continúe el espectáculo donde él insiste en ser el máximo protagonista. ¿Un vedetismo maquiavélico podría atravesar ese espejo cóncavo y convexo? “La Explosión Naranja” suele transfigurarse en “La Implosión Roja”: un desenfreno autoritario que urge detener. La permanencia de este showman, centella o tiniebla como director se iguala a una bomba de tiempo confeccionada por él mismo.

A pesar de todo, Víctor Mesa puede dormir tranquilo en la mansedumbre de su residencia en el Vedado habanero, si es que consigue alcanzar éste sueño: su notoriedad en la historia de la pelota cubana está sustentada por atesorar reservas de audacia, valentía y riesgo que faltan en el béisbol cubano actual. Cuánto necesitamos que surgieran muchos Víctor Mesa (¿y por qué no?, muchos Ariel Pestano) como jugadores que les corra sangre por las venas abiertas de su moral deportiva.

El Vía Crucis de Víctor Mesa como mánager evoca una fábula de origen desconocido atribuida a Esopo: El escorpión que le promete a una rana no picarla si lo ayuda a cruzar el río. El desenlace ocurrido en la travesía (la rana es aguijoneada por el escorpión a mitad del trayecto y “hermanados por el destino” perecen bajo las aguas) responde a una debilidad más fuerte que toda convicción: el instinto traiciona a quien empeña la esencia de su verdadera naturaleza.

*Periodista cubano. Reside en La Habana.



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