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Mobili di Marabu'
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Mobili di Marabu'
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Muebles de marabú
Sentado sobre unas tablas, el anciano Fernando recuerda cuando, por allá por los años 60 del siglo pasado, de forma estatal, se intentó usar el cuerpo rugoso del marabú para construir muebles. Pero en aquellos primeros experimentos, dice, la fibra dura de la planta invasora se quebraba o sufría fisuras en el proceso de secado, y el proyecto terminó.
Casi 50 años después, en los campos abandonados del occidente cubano —infestados por las masas acechantes de garrapatas— ha aumentado el trasiego, diariamente, de decenas de gruesos troncos de la planta con destino a unas pocas carpinterías particulares, de osados que se han decidido a usar el árbol espinoso como materia prima.
Por su constitución dura, devora hojas de sierra con similar facilidad con que sus espinas agujerean la ropa, el calzado o hieren la carne humana. Sin embargo, para Luis Enrique Hernández García, uno de los pioneros hace más de una década, el marabú es la garantía de su negocio.
En años recientes, el enemigo público de los campos nacionales se ha convertido para algunos en un sucedáneo de otras especies como el cedro, la majagua o la caoba, escasas, caras y cuya comercialización está controlada.
En la ciudad de Pinar del Río, donde vive Luis Enrique, la gente lo conoce como el “carpintero de las camas de marabú”, vistosas producciones con un costo para el cliente de hasta tres veces menos que las elaboradas de maderas preciosas. Pero su taller queda en el pueblo cercano de Las Ovas, donde radican sus abastecedores.
Ya retirado de su vida laboral, Juan, habitante del pueblo, vive cerca de la carpintería. En tiempos pasados, ocupó altas responsabilidades en la agricultura del lugar y describe, mediante detalles y cifras, como en las grandes extensiones de zonas aledañas antes prosperaban las plantaciones de tabaco rubio. Ahora, afirma contrariado, la mayoría se hallan ocupadas por las plantaciones “cimarronas” que proliferaron con el período especial, con el abandono de áreas de cultivo y ganaderas.
Los campesinos, ansiosos por recuperar los terrenos perdidos, han intentado de todo para exterminarla. Desde hace años, coordinan con los poseedores de motosierras para que el limpien sus terrenos de marabú, el cual llegará después a la carpintería de Luis Enrique y de otros. Un negocio donde todas las partes salen beneficiadas.
“Ya muchos lo saben y me traen las piezas, que yo pago a 15 pesos cada una. Se usan solo las gordas, con 1 metro de largo y seis pulgadas de diámetro. Alrededor del 80 por ciento debe ser de corazón, la parte anaranjada, la mejor.”, explica el veterano carpintero.
Alrededor de unos 400 bolos llegan mensualmente a su taller con esas dimensiones, empleadas, mayormente, para elaborar las patas de las camas y gavetas, además de otras partes talladas. “No sirve para obtener tablas, porque se agrietan mucho. Por eso se abandonó en aquellos tiempos. Pero si es bueno para estas otras cosas, aunque no sé por qué en este caso no sufre daños. Es fuerte la madera y dura bastante. Las demás partes de las camas las elaboro con algarrobo, también bastante barato”, dice Luis Enrique.
Como parte del proceso el tronco pasa por el torno verde y después se seca. El resultado es una pieza sólida y pesada, pero de probada duración.
En la casita de madera que sirve de almacén, el carpintero muestra las distintas partes de las estructuras. Barnizado, el torneado se ve impecable, debido a sus hermosas formas. Sus famosas camas, de las cuales elabora varias decenas en un mes, cuestan unos 50 CUC, hasta tres veces inferior al precio de otras elaboradas con cedro.
Cerca, a pocos metros del taller, acumulados por centenares, esperan los bolos. Uno de los proveedores, proveniente de otro municipio, explica que “no hay que tener papeles para transportarlo. Pero como ahora la Forestal lo usa para hacer carbón, ya están tratando de que no se lo lleven a los carpinteros. Dentro de poco, seguro le ponen regulaciones”, asegura.
Más allá, se amontonan como osarios organizados, las muescas de los bolos, la cascara y partes de corteza. “Aquí no se bota nada. Dos de los hombres que trabajan conmigo lo usan para hacer hornos de carbón”, afirma Luis Enrique y sonríe.
Como los reclamos de materia se incrementan, “antes era más fácil, pero ahora las plantas con las dimensiones necesarias se encuentran en lugares más específicos”.
El número de carpinteros que lo emplean ha crecido ligeramente, pero aún son muchos quienes le huyen. “La mayor parte de los cuentapropistas no están listos para trabajar con el marabú, porque es complicado. Como la mayoría de las hojas de sierra que se pueden adquirir son de mala calidad, se parten fácilmente. Para eso es necesario equipos fuertes y yo los compré. Aun así, cada cierto tiempo hay que darle mantenimiento a todo”.
De momento, todavía queda materia prima suficiente desperdigada en la superficie del archipiélago, y particularmente en Pinar del Río. Mientras no se encuentra la fórmula para controlar y erradicar esta especie exótica invasora, Luis Enrique y otros colegas, le sacan provecho.
Muebles de marabú
Sentado sobre unas tablas, el anciano Fernando recuerda cuando, por allá por los años 60 del siglo pasado, de forma estatal, se intentó usar el cuerpo rugoso del marabú para construir muebles. Pero en aquellos primeros experimentos, dice, la fibra dura de la planta invasora se quebraba o sufría fisuras en el proceso de secado, y el proyecto terminó.
Casi 50 años después, en los campos abandonados del occidente cubano —infestados por las masas acechantes de garrapatas— ha aumentado el trasiego, diariamente, de decenas de gruesos troncos de la planta con destino a unas pocas carpinterías particulares, de osados que se han decidido a usar el árbol espinoso como materia prima.
Por su constitución dura, devora hojas de sierra con similar facilidad con que sus espinas agujerean la ropa, el calzado o hieren la carne humana. Sin embargo, para Luis Enrique Hernández García, uno de los pioneros hace más de una década, el marabú es la garantía de su negocio.
En años recientes, el enemigo público de los campos nacionales se ha convertido para algunos en un sucedáneo de otras especies como el cedro, la majagua o la caoba, escasas, caras y cuya comercialización está controlada.
En la ciudad de Pinar del Río, donde vive Luis Enrique, la gente lo conoce como el “carpintero de las camas de marabú”, vistosas producciones con un costo para el cliente de hasta tres veces menos que las elaboradas de maderas preciosas. Pero su taller queda en el pueblo cercano de Las Ovas, donde radican sus abastecedores.
Ya retirado de su vida laboral, Juan, habitante del pueblo, vive cerca de la carpintería. En tiempos pasados, ocupó altas responsabilidades en la agricultura del lugar y describe, mediante detalles y cifras, como en las grandes extensiones de zonas aledañas antes prosperaban las plantaciones de tabaco rubio. Ahora, afirma contrariado, la mayoría se hallan ocupadas por las plantaciones “cimarronas” que proliferaron con el período especial, con el abandono de áreas de cultivo y ganaderas.
Los campesinos, ansiosos por recuperar los terrenos perdidos, han intentado de todo para exterminarla. Desde hace años, coordinan con los poseedores de motosierras para que el limpien sus terrenos de marabú, el cual llegará después a la carpintería de Luis Enrique y de otros. Un negocio donde todas las partes salen beneficiadas.
“Ya muchos lo saben y me traen las piezas, que yo pago a 15 pesos cada una. Se usan solo las gordas, con 1 metro de largo y seis pulgadas de diámetro. Alrededor del 80 por ciento debe ser de corazón, la parte anaranjada, la mejor.”, explica el veterano carpintero.
Alrededor de unos 400 bolos llegan mensualmente a su taller con esas dimensiones, empleadas, mayormente, para elaborar las patas de las camas y gavetas, además de otras partes talladas. “No sirve para obtener tablas, porque se agrietan mucho. Por eso se abandonó en aquellos tiempos. Pero si es bueno para estas otras cosas, aunque no sé por qué en este caso no sufre daños. Es fuerte la madera y dura bastante. Las demás partes de las camas las elaboro con algarrobo, también bastante barato”, dice Luis Enrique.
Como parte del proceso el tronco pasa por el torno verde y después se seca. El resultado es una pieza sólida y pesada, pero de probada duración.
En la casita de madera que sirve de almacén, el carpintero muestra las distintas partes de las estructuras. Barnizado, el torneado se ve impecable, debido a sus hermosas formas. Sus famosas camas, de las cuales elabora varias decenas en un mes, cuestan unos 50 CUC, hasta tres veces inferior al precio de otras elaboradas con cedro.
Cerca, a pocos metros del taller, acumulados por centenares, esperan los bolos. Uno de los proveedores, proveniente de otro municipio, explica que “no hay que tener papeles para transportarlo. Pero como ahora la Forestal lo usa para hacer carbón, ya están tratando de que no se lo lleven a los carpinteros. Dentro de poco, seguro le ponen regulaciones”, asegura.
Más allá, se amontonan como osarios organizados, las muescas de los bolos, la cascara y partes de corteza. “Aquí no se bota nada. Dos de los hombres que trabajan conmigo lo usan para hacer hornos de carbón”, afirma Luis Enrique y sonríe.
Como los reclamos de materia se incrementan, “antes era más fácil, pero ahora las plantas con las dimensiones necesarias se encuentran en lugares más específicos”.
El número de carpinteros que lo emplean ha crecido ligeramente, pero aún son muchos quienes le huyen. “La mayor parte de los cuentapropistas no están listos para trabajar con el marabú, porque es complicado. Como la mayoría de las hojas de sierra que se pueden adquirir son de mala calidad, se parten fácilmente. Para eso es necesario equipos fuertes y yo los compré. Aun así, cada cierto tiempo hay que darle mantenimiento a todo”.
De momento, todavía queda materia prima suficiente desperdigada en la superficie del archipiélago, y particularmente en Pinar del Río. Mientras no se encuentra la fórmula para controlar y erradicar esta especie exótica invasora, Luis Enrique y otros colegas, le sacan provecho.
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