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La decadenza dei ristoranti del Barrio Chino
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Asere Que Bola - A Cuba, esa loca y maravillosa isla :: Provincie :: L'Avana e province cubane :: La Habana, la capitale
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La decadenza dei ristoranti del Barrio Chino
http://www.14ymedio.com/nacional/barrio_chino_0_1569443052.html
El Barrio Chino, víctima de la competencia
El Barrio Chino disfrutó de ciertas prerrogativas que lo convirtieron en el epicentro gastronómico de La Habana
Hoy la competencia con otros restaurantes privados, el colapso de la infraestructura urbana y la marginalidad, le pasan factura
Un vertido de aguas albañales da la bienvenida al Barrio Chino habanero. Los farolitos de color rojo llevan el polvo pegado encima y mientras se admira el portón de entrada, es aconsejable no dejar de mirar por dónde se camina. Podríamos terminar con un pie hundido en cualquier charco.
En los últimos tres años, nuestro Chinatown ha entrado en un nuevo ciclo de decadencia. Si a mediados de los años noventa recibió un soplo de vida a través del comercio, hoy la desidia y la competencia con otras zonas de la capital le pasan factura. En sus apretadas calles, alternan los negocios en pesos convertibles, la marginalidad y el deterioro arquitectónico. Pocas personas de ojos achinados transitan por sus aceras o comen en sus restaurantes.
En la calle Dragones y Amistad, frente al abandonado hotel New York, se levanta un arco que marca la "entrada oficial" a la barriada. Según las particiones burocráticas, la llamada división político-administrativa, el Barrio Chino está delimitado por las avenidas Zanja, Galiano, Reina y Belascoaín del municipio Centro Habana, pero en la realidad ocupa un área mucho más reducida.
Los carteles con los nombres de las calles son bilingües, en español y chino. Todavía puede notarse algo del anterior dinamismo de la zona. A principios del siglo veinte se fundó el teatro La Gran China y apenas inventado el cinematógrafo aparecieron los cines teatro Nuevo Continental y El Águila de Oro. Por esa época resultó muy importante también el edificio del Teatro Pacífico, en el que se ubicaron sociedades de recreo y un afamado restaurante de comida china. Hasta un periódico bilingüe, el Kwon-Wah–Po circulaba.
Esos años han quedado atrás. Durante décadas el barrio fue cayendo en desgracia, perdiendo a sus moradores, muchos de los cuales emigraron hacia otras latitudes o fallecieron. "Recuerdo que por cada diez habitantes, había cinco que eran chinos, pero ya quedan muy pocos y sus familias también se han ido", explica Pablo Gutiérrez, que se dedica al parqueo de autos en un solar yermo.
Gozaban de un privilegio: les permitían contar con hasta cincuenta sillas, cuando al resto de los locales privados la ley los obligaba a sólo doce plazas
Hace apenas un lustro la zona vivió cierto renacer. Aunque el deterioro constructivo y de infraestructura ya se hacía notar, el barrio disfrutó de un frenesí comercial. Ese momento dorado fue propiciado por una coyuntura económica muy peculiar. La apertura a las licencias de trabajo por cuenta propia en el año 1993 permitió transformar los vetustos y olvidados locales de las sociedades chinas en los más concurridos restaurantes de la capital cubana. Gozaban de un privilegio: les permitían contar con hasta cincuenta sillas para los comensales, cuando al resto de los locales privados la ley los obligaba a sólo doce plazas.
¿Coquetería política con el gigante asiático? Nadie sabe bien, pero lo cierto es que con esas prerrogativas los restaurantes y cafeterías brotaron rápidamente hacia el interior del Barrio Chino. Competían con ventaja, pues estaban autorizados también a servir ciertos productos prohibidos en las cartas de las paladares. El camarón, la langosta y la carne de res sólo se mostraban legalmente en aquellas mesas de mantel rojo y paredes con caracteres indescifrables.
Gente mínimamente "achinada", ayudada con un toque de maquillaje, se presentó al casting donde se reclutaba a camareros para atender al público. Trabajar en la barriada era un símbolo de status. El sueño de cualquier familia cubana apuntaba a comer en uno de aquellos locales: había filas de clientes esperando afuera de La Flor de Loto, Los Tres Chinitos, Los Dos Dragones y tantos otros.
La alta demanda amplió el surtido, hasta el punto que la comida italiana y la criolla se volvieron recurrentes en los menús de los restaurantes. Incluso hoy día, en medio de la caída en picada de toda la zona, el restaurante La Mimosa -situado en la frontera del Barrio Chino- sigue atrayendo centenares de comensales cada día con su menú mediterráneo. Se trata, sin embargo, de una excepción. Pues ya ha quedado atrás aquella época en que las adolescentes a punto de cumplir quince años les exigían a sus padres "ir a probar las maripositas", y los matrimonios gastaban sus ahorros frente a una montaña de arroz frito especial.
El dominó también reina en el barrio chino. (14ymedio) El dominó también reina en el barrio chino. (14ymedio)
Con las nuevas flexibilizaciones que experimentó el trabajo por cuenta propia después del año 2008, las cosas cambiaron. Se extendió a todos los restaurantes privados de la Isla el derecho de tener hasta cincuenta sillas y vender todo tipo de productos, siempre y cuando tuvieran las facturas legales de su compra. Los días de esplendor del Barrio Chino estaban contados.
La aparición por toda la ciudad de lugares para cenar, desayunar, deleitarse con unas tapas o tomar unos tragos mientras se disfruta de un espectáculo artístico, generó una competencia para la que no estaban preparados los gerentes de nuestro China Town. Habían señoreado demasiado tiempo gracias a sus privilegios. Los clientes, la mayoría cubanos aunque también turistas que visitan la ciudad, ahora toman en cuenta otros elementos a la hora de elegir un sitio para comer.
La poca higiene, la atmósfera marginal y la casi nula evolución de sus ofertas van dejando atrás al otrora floreciente barrio. Los administradores de sitios comerciales y gastronómicos no se ponen de acuerdo para reparar las aceras –al menos las más cercanas a la entrada de sus locales- ni invierten en la restauración de las instalaciones hidráulicas y las tuberías albañales. Ni siquiera han podido resolver -¡con tanto dinero que han ganado!- la recogida eficiente de la basura, que se amontona en las esquinas. Las inversiones sólo las han hecho de la puerta hacia adentro de sus dependencias.
Los vecinos más optimistas sueñan con la llegada de una nueva colonia china -con afanes inversionistas- que esté dispuesta a instalarse en el Barrio Chino de La Habana. Mientras tanto, el otrora floreciente Chinatown se hunde en la decadencia.
El Barrio Chino, víctima de la competencia
El Barrio Chino disfrutó de ciertas prerrogativas que lo convirtieron en el epicentro gastronómico de La Habana
Hoy la competencia con otros restaurantes privados, el colapso de la infraestructura urbana y la marginalidad, le pasan factura
Un vertido de aguas albañales da la bienvenida al Barrio Chino habanero. Los farolitos de color rojo llevan el polvo pegado encima y mientras se admira el portón de entrada, es aconsejable no dejar de mirar por dónde se camina. Podríamos terminar con un pie hundido en cualquier charco.
En los últimos tres años, nuestro Chinatown ha entrado en un nuevo ciclo de decadencia. Si a mediados de los años noventa recibió un soplo de vida a través del comercio, hoy la desidia y la competencia con otras zonas de la capital le pasan factura. En sus apretadas calles, alternan los negocios en pesos convertibles, la marginalidad y el deterioro arquitectónico. Pocas personas de ojos achinados transitan por sus aceras o comen en sus restaurantes.
En la calle Dragones y Amistad, frente al abandonado hotel New York, se levanta un arco que marca la "entrada oficial" a la barriada. Según las particiones burocráticas, la llamada división político-administrativa, el Barrio Chino está delimitado por las avenidas Zanja, Galiano, Reina y Belascoaín del municipio Centro Habana, pero en la realidad ocupa un área mucho más reducida.
Los carteles con los nombres de las calles son bilingües, en español y chino. Todavía puede notarse algo del anterior dinamismo de la zona. A principios del siglo veinte se fundó el teatro La Gran China y apenas inventado el cinematógrafo aparecieron los cines teatro Nuevo Continental y El Águila de Oro. Por esa época resultó muy importante también el edificio del Teatro Pacífico, en el que se ubicaron sociedades de recreo y un afamado restaurante de comida china. Hasta un periódico bilingüe, el Kwon-Wah–Po circulaba.
Esos años han quedado atrás. Durante décadas el barrio fue cayendo en desgracia, perdiendo a sus moradores, muchos de los cuales emigraron hacia otras latitudes o fallecieron. "Recuerdo que por cada diez habitantes, había cinco que eran chinos, pero ya quedan muy pocos y sus familias también se han ido", explica Pablo Gutiérrez, que se dedica al parqueo de autos en un solar yermo.
Gozaban de un privilegio: les permitían contar con hasta cincuenta sillas, cuando al resto de los locales privados la ley los obligaba a sólo doce plazas
Hace apenas un lustro la zona vivió cierto renacer. Aunque el deterioro constructivo y de infraestructura ya se hacía notar, el barrio disfrutó de un frenesí comercial. Ese momento dorado fue propiciado por una coyuntura económica muy peculiar. La apertura a las licencias de trabajo por cuenta propia en el año 1993 permitió transformar los vetustos y olvidados locales de las sociedades chinas en los más concurridos restaurantes de la capital cubana. Gozaban de un privilegio: les permitían contar con hasta cincuenta sillas para los comensales, cuando al resto de los locales privados la ley los obligaba a sólo doce plazas.
¿Coquetería política con el gigante asiático? Nadie sabe bien, pero lo cierto es que con esas prerrogativas los restaurantes y cafeterías brotaron rápidamente hacia el interior del Barrio Chino. Competían con ventaja, pues estaban autorizados también a servir ciertos productos prohibidos en las cartas de las paladares. El camarón, la langosta y la carne de res sólo se mostraban legalmente en aquellas mesas de mantel rojo y paredes con caracteres indescifrables.
Gente mínimamente "achinada", ayudada con un toque de maquillaje, se presentó al casting donde se reclutaba a camareros para atender al público. Trabajar en la barriada era un símbolo de status. El sueño de cualquier familia cubana apuntaba a comer en uno de aquellos locales: había filas de clientes esperando afuera de La Flor de Loto, Los Tres Chinitos, Los Dos Dragones y tantos otros.
La alta demanda amplió el surtido, hasta el punto que la comida italiana y la criolla se volvieron recurrentes en los menús de los restaurantes. Incluso hoy día, en medio de la caída en picada de toda la zona, el restaurante La Mimosa -situado en la frontera del Barrio Chino- sigue atrayendo centenares de comensales cada día con su menú mediterráneo. Se trata, sin embargo, de una excepción. Pues ya ha quedado atrás aquella época en que las adolescentes a punto de cumplir quince años les exigían a sus padres "ir a probar las maripositas", y los matrimonios gastaban sus ahorros frente a una montaña de arroz frito especial.
El dominó también reina en el barrio chino. (14ymedio) El dominó también reina en el barrio chino. (14ymedio)
Con las nuevas flexibilizaciones que experimentó el trabajo por cuenta propia después del año 2008, las cosas cambiaron. Se extendió a todos los restaurantes privados de la Isla el derecho de tener hasta cincuenta sillas y vender todo tipo de productos, siempre y cuando tuvieran las facturas legales de su compra. Los días de esplendor del Barrio Chino estaban contados.
La aparición por toda la ciudad de lugares para cenar, desayunar, deleitarse con unas tapas o tomar unos tragos mientras se disfruta de un espectáculo artístico, generó una competencia para la que no estaban preparados los gerentes de nuestro China Town. Habían señoreado demasiado tiempo gracias a sus privilegios. Los clientes, la mayoría cubanos aunque también turistas que visitan la ciudad, ahora toman en cuenta otros elementos a la hora de elegir un sitio para comer.
La poca higiene, la atmósfera marginal y la casi nula evolución de sus ofertas van dejando atrás al otrora floreciente barrio. Los administradores de sitios comerciales y gastronómicos no se ponen de acuerdo para reparar las aceras –al menos las más cercanas a la entrada de sus locales- ni invierten en la restauración de las instalaciones hidráulicas y las tuberías albañales. Ni siquiera han podido resolver -¡con tanto dinero que han ganado!- la recogida eficiente de la basura, que se amontona en las esquinas. Las inversiones sólo las han hecho de la puerta hacia adentro de sus dependencias.
Los vecinos más optimistas sueñan con la llegada de una nueva colonia china -con afanes inversionistas- que esté dispuesta a instalarse en el Barrio Chino de La Habana. Mientras tanto, el otrora floreciente Chinatown se hunde en la decadencia.
mosquito- Admin
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Re: La decadenza dei ristoranti del Barrio Chino
Los vecinos más optimistas sueñan con la llegada de una nueva colonia china -con afanes inversionistas-
Dudo, pero bueno, a lo mejor un dia....
Articolo molto bello, non sapevo che negli anni 90 il barrio chino fosse il top per la ristorazione, pero nunca es tarde para aprender.
Vi consiglio un libro di Zoe Valdes (la diabla, C.E:J: dixit), scrittrice cubana esiliata a Miami di origine cinese:La eternidad del instante:
http://www.lecturalia.com/libro/715/la-eternidad-del-instante
Dudo, pero bueno, a lo mejor un dia....
Articolo molto bello, non sapevo che negli anni 90 il barrio chino fosse il top per la ristorazione, pero nunca es tarde para aprender.
Vi consiglio un libro di Zoe Valdes (la diabla, C.E:J: dixit), scrittrice cubana esiliata a Miami di origine cinese:La eternidad del instante:
http://www.lecturalia.com/libro/715/la-eternidad-del-instante
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Re: La decadenza dei ristoranti del Barrio Chino
http://www.cubanet.org/actualidad/actualidad-destacados/el-barrio-chino-de-emma-wong/
El Barrio Chino de Elsa Wong
El barrio colorido, iluminado, con varias salas de cine, tres periódicos y restaurantes, solo queda en la memoria de los pocos chinos naturales que quedan en La Habana. La sociedad Wong Kong Ja Tong cumple un siglo
— Dentro de los inmigrantes que llegaron a Cuba en épocas pasadas, la comunidad de los chinos es una de las que se distinguieron por integrarse a la sociedad cubana, pero sin perder su identidad ni olvidar su cultura, la cual transmitían a sus descendientes. Eran discretos, diligentes y amantes de la vida hogareña. Tanto es así, que muchos formaban su familia con cubanas, a pesar de la práctica común de encargar esposa a China.
Cerca de lo que fue La Plaza del Vapor –hoy desaparecida– entre las calles Dragones, Rayos, Lealtad y Zanja, está el Barrio Chino de La Habana, alguna vez entre los más grandes de las Américas. Los chinos supieron aprovechar la libertad de comercio de la sociedad cubana de entonces. Sus servicios de lavandería (para nosotros, trenes de lavado) eran muy empleados por la población, por ser eficientes y baratos. También vendían viandas y verduras por las calles, y sus famosas fondas y restaurantes de comida china eran muy frecuentadas por los nacionales y los turistas.
La presencia china se hacía notar en toda la isla. Se agrupaban en sociedades organizadas de forma peculiar, como la Wong Kong Ja Tong, a la que pertenecía Santiago Wong, padre de mi amiga Emma Wong, que también es miembro en la actualidad.
A finales del siglo XIX y comienzos del XX llegaron unos cinco mil chinos de California, que aportaron un gran impulso comercial a la comunidad china. Crearon restaurantes de lujo, cafeterías, teatros, bancos, bodegas, periódicos, funerarias, casinos, sociedades y salones donde se ofrecían reuniones y actividades culturales, todos asentados en los alrededores de la calle San Nicolás entre Zanja y Salud.
Se calcula que entre 1847 y 1874 entraron unos 150 mil chinos de Hong Kong, Macao y Taiwán en Cuba. Santiago Wong desembarcó en La Habana a principios del siglo pasado. Contaba 17 años. Traía la firme idea de mejorar su situación económica y así poder ayudar a la familia que dejó en China, algo que logró con mucho esfuerzo. Me contaba Emma que su padre cortó caña y vendió pescado por las calles, hasta que logró poner un puesto de viandas y una heladería en Santos Suárez. Los helados eran de frutas naturales, hechos por él mismo, y tenían mucha demanda en el barrio. Además, nunca dejó de vender pescado fresco por encargo.
Pero el pobre Santiago, durante la llamada ofensiva revolucionaria de 1968, de un día para otro, ya en su vejez, perdió a manos de los comunistas todo lo que había logrado con el trabajo de su vida. Aún tiempo después, iba al campo y compraba malanga o plátano que vendía a escondidas a sus clientes. Pero tuvo que dejar de hacerlo porque dos veces los policías le quitaron la mercancía y lo amenazaron con meterlo preso si lo agarraban otra vez. Hoy son pocos los chinos naturales que quedan en Cuba. Muchos han muerto, y otros emigraron a partir de 1959, tras el arribo de la dictadura castrense que barrió con las libertades económicas.
Este año, la sociedad Wong Kong Ja Tong cumple un siglo de fundada (1914-2014). Y como en otras ocasiones, mi amiga Emma me invitó a la clausura de la jornada, en el cabaret Parisién del hotel Nacional. Los artistas, descendientes en su mayoría, deleitaron a los asistentes con el folclore chino. Asistió a la actividad una china natural, Elsa Wong, una ancianita pequeña a quien de cariño llaman Elsita. Todos la saludaban con respeto y estaban pendientes de ella.
Me cuenta, Elsita, a sus 80 años, cómo de pequeña le gustaba ir con su padre a las actividades de la Wong, porque los paisanos eran muy atentos. Además, se deslumbraba con el barrio chino de entonces, tan limpio, iluminado, lleno de comercios. El popular distrito, ubicado en el capitalino municipio de Centro Habana, era el refugio de los chinos de ultramar.
En 1958, el Barrio contaba con 4 cines, alguno como el Águila de Oro daba funciones de teatro para piezas de la Opera China. Tuvieron gran importancia las sociedades culturales y deportivas, destacándose la Chung Wah Yin Lock Kou Se, primera en emplear descendientes para actuar en la ópera cantonesa y la Chi Mut Hai You Wut, dedicada por entero a las artes marciales de origen chino, el kung fu y la Danza del León ( Whu Su ).
Durante la década del 50, las importaciones desde California, Taiwán y Hong Kong de productos chinos al barrio fue enorme; bazares chinos vendían todo tipo de productos y víveres. En 1958, la sucursal Banco de China contaba con un presupuesto de cerca de 2 millones de dólares. Los chinos contaban en La Habana, con un moderno sistema de atención a la salud. Un centro de consultas y laboratorio en el mismo Barrio Chino y una clínica con todo lo necesario y pabellones para pacientes, en las Alturas de Lawton.
Pero para 1994 solo quedaba la farmacia (en la calle Zanja), un periódico confeccionado manualmente y una sala de cine. Es a partir de esa fecha, y ante las inquietudes de los chinos y descendientes por rescatar el sitio, que se creó el Grupo Promotor del Barrio Chino, que con la cooperación de la embajada china en La Habana realiza grandes esfuerzos por mantener sus tradiciones.
Pero a pesar de esto, el Barrio Chino no logra igualarse a los recuerdos de Elsita, el barrio iluminado y prospero de los años 50, uno de los más renombrados de América. Testigos de esto son el deterioro de sus locales y viviendas, los gigantescos basureros de días, y sus calles y aceras rotas
El Barrio Chino de Elsa Wong
El barrio colorido, iluminado, con varias salas de cine, tres periódicos y restaurantes, solo queda en la memoria de los pocos chinos naturales que quedan en La Habana. La sociedad Wong Kong Ja Tong cumple un siglo
— Dentro de los inmigrantes que llegaron a Cuba en épocas pasadas, la comunidad de los chinos es una de las que se distinguieron por integrarse a la sociedad cubana, pero sin perder su identidad ni olvidar su cultura, la cual transmitían a sus descendientes. Eran discretos, diligentes y amantes de la vida hogareña. Tanto es así, que muchos formaban su familia con cubanas, a pesar de la práctica común de encargar esposa a China.
Cerca de lo que fue La Plaza del Vapor –hoy desaparecida– entre las calles Dragones, Rayos, Lealtad y Zanja, está el Barrio Chino de La Habana, alguna vez entre los más grandes de las Américas. Los chinos supieron aprovechar la libertad de comercio de la sociedad cubana de entonces. Sus servicios de lavandería (para nosotros, trenes de lavado) eran muy empleados por la población, por ser eficientes y baratos. También vendían viandas y verduras por las calles, y sus famosas fondas y restaurantes de comida china eran muy frecuentadas por los nacionales y los turistas.
La presencia china se hacía notar en toda la isla. Se agrupaban en sociedades organizadas de forma peculiar, como la Wong Kong Ja Tong, a la que pertenecía Santiago Wong, padre de mi amiga Emma Wong, que también es miembro en la actualidad.
A finales del siglo XIX y comienzos del XX llegaron unos cinco mil chinos de California, que aportaron un gran impulso comercial a la comunidad china. Crearon restaurantes de lujo, cafeterías, teatros, bancos, bodegas, periódicos, funerarias, casinos, sociedades y salones donde se ofrecían reuniones y actividades culturales, todos asentados en los alrededores de la calle San Nicolás entre Zanja y Salud.
Se calcula que entre 1847 y 1874 entraron unos 150 mil chinos de Hong Kong, Macao y Taiwán en Cuba. Santiago Wong desembarcó en La Habana a principios del siglo pasado. Contaba 17 años. Traía la firme idea de mejorar su situación económica y así poder ayudar a la familia que dejó en China, algo que logró con mucho esfuerzo. Me contaba Emma que su padre cortó caña y vendió pescado por las calles, hasta que logró poner un puesto de viandas y una heladería en Santos Suárez. Los helados eran de frutas naturales, hechos por él mismo, y tenían mucha demanda en el barrio. Además, nunca dejó de vender pescado fresco por encargo.
Pero el pobre Santiago, durante la llamada ofensiva revolucionaria de 1968, de un día para otro, ya en su vejez, perdió a manos de los comunistas todo lo que había logrado con el trabajo de su vida. Aún tiempo después, iba al campo y compraba malanga o plátano que vendía a escondidas a sus clientes. Pero tuvo que dejar de hacerlo porque dos veces los policías le quitaron la mercancía y lo amenazaron con meterlo preso si lo agarraban otra vez. Hoy son pocos los chinos naturales que quedan en Cuba. Muchos han muerto, y otros emigraron a partir de 1959, tras el arribo de la dictadura castrense que barrió con las libertades económicas.
Este año, la sociedad Wong Kong Ja Tong cumple un siglo de fundada (1914-2014). Y como en otras ocasiones, mi amiga Emma me invitó a la clausura de la jornada, en el cabaret Parisién del hotel Nacional. Los artistas, descendientes en su mayoría, deleitaron a los asistentes con el folclore chino. Asistió a la actividad una china natural, Elsa Wong, una ancianita pequeña a quien de cariño llaman Elsita. Todos la saludaban con respeto y estaban pendientes de ella.
Me cuenta, Elsita, a sus 80 años, cómo de pequeña le gustaba ir con su padre a las actividades de la Wong, porque los paisanos eran muy atentos. Además, se deslumbraba con el barrio chino de entonces, tan limpio, iluminado, lleno de comercios. El popular distrito, ubicado en el capitalino municipio de Centro Habana, era el refugio de los chinos de ultramar.
En 1958, el Barrio contaba con 4 cines, alguno como el Águila de Oro daba funciones de teatro para piezas de la Opera China. Tuvieron gran importancia las sociedades culturales y deportivas, destacándose la Chung Wah Yin Lock Kou Se, primera en emplear descendientes para actuar en la ópera cantonesa y la Chi Mut Hai You Wut, dedicada por entero a las artes marciales de origen chino, el kung fu y la Danza del León ( Whu Su ).
Durante la década del 50, las importaciones desde California, Taiwán y Hong Kong de productos chinos al barrio fue enorme; bazares chinos vendían todo tipo de productos y víveres. En 1958, la sucursal Banco de China contaba con un presupuesto de cerca de 2 millones de dólares. Los chinos contaban en La Habana, con un moderno sistema de atención a la salud. Un centro de consultas y laboratorio en el mismo Barrio Chino y una clínica con todo lo necesario y pabellones para pacientes, en las Alturas de Lawton.
Pero para 1994 solo quedaba la farmacia (en la calle Zanja), un periódico confeccionado manualmente y una sala de cine. Es a partir de esa fecha, y ante las inquietudes de los chinos y descendientes por rescatar el sitio, que se creó el Grupo Promotor del Barrio Chino, que con la cooperación de la embajada china en La Habana realiza grandes esfuerzos por mantener sus tradiciones.
Pero a pesar de esto, el Barrio Chino no logra igualarse a los recuerdos de Elsita, el barrio iluminado y prospero de los años 50, uno de los más renombrados de América. Testigos de esto son el deterioro de sus locales y viviendas, los gigantescos basureros de días, y sus calles y aceras rotas
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